Nací para ser sombra
sin existencia en las noches tormentosas y oscuras
ni en las heladas de los días de invierno,
pero mi vida fue amiga de hielos y lluvias
y de estrellas disecadas en playas desiertas.
Me lanzaba a los caminos secretos de la esperanza
y mi alegría se forjaba en el yunque del dolor
y de las utopías
Creí que llevaba el mensaje de la belleza y el amor,
pero mis años se hacían reflejo de destinos derrotados,
de veleros hundidos y campanarios negros,
de sonrisas matutinas heridas
por el hambre y la soledad.
Mis anelos fueron altos -los cipreses clavados en el cielo-
y mi mirada estuvo llena del pasado oculto
de un amor joven hecho prisionero,
cuando me fue negado el aire y la amada
que se despidió de mí como el atardecer en el campo
y que luego volvió como una poesía madura.
Esperaba en el puerto de los vivos el primer barco
-jugando con los vientos, las olas y lejanías desconocidas-
para emprender mi último viaje.
Me hice viejo y no había vivido mas que la infancia.
Luka Brajnović
Retorno, 1972