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Así conocí a mi padre

 

Conocí a mi padre cuando él acababa de cumplir 37 años y yo estaba a punto de cumplir 12. Fue en un andén  oscuro de la estación de tren de Munich que, al igual que el resto del mundo, aún olía a guerra y polvo: esa guerra que me impidió vivir con mi padre esos 12 primeros años de mi vida y ese polvo de tristeza que había llenado los ojos de mi madre durante todo ese tiempo de separación. Guardo en mi memoria esa primera imagen encuadrada por la ventanilla del vagón al que me había asomado para buscarle : un hombre joven que corre por el andén, abrigo, sombrero, un ramo de rosas rojas… Debo reconocer que fue un flechazo el  que sentí  al hundirme en el abrazo de ese querido desconocido. Un sentimiento que , con el tiempo, solo fue fortaleciéndose y creciendo.

Luego, mi padre me enseñó mis primeras frases y primeras canciones (esa música de su voz) en castellano. Me demostró con su vida lo que era la generosidad y el perdón; la amistad; la importancia de no olvidar nunca (¡cuánto añoraba su mar y su patria!) pero al mismo tiempo de no vivir en el pasado,  con agradecimiento a Dios y los ojos puestos en lo que estaba por llegar.

Después aumentó la familia: con hijos y con sus amigos-alumnos de la Universidad. La casa siempre llena, siempre abierta, siempre un lugar para escuchar y comprender. Me transmitió la pasión por la profesión periodística y amor por la literatura y la poesía. Tenía dos máquinas de escribir (aún oigo el tecleteo de  la Olivetti): una para sus artículos diarios sobre política internacional y otra para sus poemas. En esas dos formas de darse – periodismo y creatividad literaria – aprendí de él que lo más importante siempre tenía que ser  el amor a la verdad.

Y tantas otras lecciones de la vida. Pero sobre todo – y aquí hablo en primera persona, aunque mis hermanos seguramente pueden decir lo mismo – me  rodeó del amor de un padre que , siempre tuve la sensación que, en mi  caso, con su ternura, quería compensar esos 12 primeros años que habíamos perdido hace ya tanto tiempo.

Hoy aún me refugio – aunque de otra forma – en su abrazo y su sonrisa y sigo oyendo la música de su voz siempre que pienso en él. Que es SIEMPRE.

Elica B. Leahy

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