Hoy va de nostalgias. El viernes pasado, a la tarde, me encontré con un viejo amigo periodista al que no veía desde los años sesenta, en aquellos años que compartimos juventud y esfuerzos en la Escuela de Periodismo, más tarde Facultad, de la Universidad de Navarra. Y hablando de eso, de aquello y de lo de más allá, acabamos trayendo a colación la figura de un personaje entrañable, de un profesor que enseñaba escuchando, la sonrisa en los labios, paciente, sumamente paciente: don Luka Brajnovic.
Nacido en Croacia, periodista por vocación y de oficio, tuvo que salir de su país a toda pastilla, a comienzos del año 45 porque los comunistas se la tenían jurada por su condición de periodista libre y de escritor católico. También lo condenaron a muerte los seguidores del dictador Mussolini.
Yo le oí contar en una ocasión el drama que para él supuso dejar en su tierra a su mujer, Ana y a su hija Elica, de 4 meses, y no poder verlas hasta doce años más tarde, que se dice pronto. Todo ese drama le afianzó de tal manera en sus raíces cristianas que yo jamás le oí ni le vi ni una palabra ni un gesto de venganza o de odio. Los que le conocieron conmigo, cientos de periodistas, darán fe de ello.
Fumador empedernido, ojos claros y azules, frente surcada de arrugas, con la sonrisa en los labios, escuchaba, escuchaba, siempre escuchaba. La mejor lección que recibí de él fue la lección – siempre difícil, asignatura pendiente de todos, la más eficaz – de escuchar. Con qué buen ánimo me inició en ese mundillo, entrañable y para mi, cura muy joven, totalmente desconocido de las linotipias, las guillotinas, los cajetines de letras, y lo que era ya la repera limonera, los cíceros – una unidad de medida tipográfica – que a mí se me atragantaron del todo. Yo venía de letras, y don Luka con toda su santa paciencia me lo re-explicaba en los pasillos entre clase y clase.
Él solía contar – en un castellano un tanto zarzoso que nos hacía mucha gracia – que lo de perdonar lo había aprendido de su padre, un gran tipo. Y de cómo vivía de milagro. En 1943 las guerrillas comunistas decidieron fusilarle, por la sola razón de que les estorbaba todo lo que sonase a libertad y a derechos humanos. De hecho le obligaron a cavarse su propia tumba. Y cuando ya lo iban a situar contra el paredón, apareció un sujeto que gritó : «El camarada periodista, ¡fuera!». Lo desataron del resto de los condenados y echó a correr. Mataron a todos los demás. Don Luka nunca llegó a saber qué había pasado.
En la Escuela era un poco el abuelo de todos. No tanto por la edad, cuanto por su talante y manera de actuar.
La asignatura que él daba tenía que ver con la Ética periodística, aunque en la práctica le tocaba dar de todo porque de todo sabía. Recuerdo que escribía unas columnas de política internacional en el Diario de Navarra sencillamente fascinantes.
El mejor recuerdo que guardo de él tiene que ver con la verdad en el mundo de la comunicación. Me decía -yo era el único cura de mi promoción- con una intensa mirada que creo que me penetraba hasta los tuétanos: «Sea fiel a la verdad, ame la verdad, juéguese todo por la verdad, si es necesario; no en vano Jesucristo, del que usted es representante, se afirmó a sí mismo como la Verdad. No le falle».
¿Cómo le iba yo a fallar y menos en esto? Aprendí entonces lo que significa eso tan evangélico de que «la verdad os hará libres» explicado en vivo y en directo por quien fue perseguido, insultado, encarcelado y arrojado de su país. El amor a la verdad lo redujo a la condición de refugiado y en qué condiciones.
Por eso, y por más cosas que guardo en mi corazón, y después de haberlo recordado con mi colega el día pasado, digo con todo el orgullo del mundo: «Yo fui alumno de don Luka Brajnovic». Y lo diré mientras viva.
Justo García Turza
Don Justo es Secretario de la diócesis de Calahorra y colaborador habitual del diario La Rioja donde salió publicado originalmente este artículo el pasado 23 de julio de 2017
La foto es muy posterior a los hechos que se narran en el artículo y corresponde al homenaje de despedida que le hicieron a Luka Brajnovic con motivo de su jubilación en 1992