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El pasado domingo día 13  de agosto falleció en Pamplona mi madre, Ana Tijan, viuda de Brajnović, a los 97 años de edad. Se apagó en la tierra una larga vida llena de fortaleza, fidelidad y alegría en la que nos ha regalado día a día un inmenso amor, para iniciar la vida definitiva en el Cielo junto a su querido Luka.

Debería hacer una semblanza, pero desde el fallecimiento de mi madre me he quedado sin palabras. En mi mente están sus gestos , imágenes, recuerdos, pero cuando quiero traducirlos a un relato para compartirlos, me encuentro como un niño que acaba de aprender a hablar y sólo puede balbucear sonidos sin sentido.

Aunque era muy mayor, la muerte llegó de improviso y a mí me cogió desprevenida. A ella no. Estaba muy preparada para encontrarse con su Hacedor y con Luka.

Mi hermana Lierka estaba con ella en el momento final. Y dijo que se imaginaba a mi padre, esperando en un andén del Cielo con un ramo de rosas rojas, como aquél lejano 1956 en la estación de Múnich después de los doce años que estuvieron separados. Pero esta vez, esperando la llegada Ana para volver a estar juntos y no separarse nunca más. Para ellos se acabaron las despedidas.

Para nosotros no. Esta ha sido una despedida muy fuerte, todo un desgarro. Ella llenaba mis días – Su sonrisa permanente, sus consejos siempre atinados, su manera de disfrutar de lo que la vida le podía dar, su beso de despedida cada tarde con una bendición haciéndome la señal de la cruz en la frente y deseándome en croata una dulce noche (lakunoć)

Cómo te voy a echar de menos, mamá.

Lakunoć.

 

 

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