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Esta foto me mira desde mi escritorio todos los días desde hace muchos años con un indecible cariño. Me dice: ánimo, sigue adelante, hazlo bien, se puede.

Frente a ella he leído sus diarios y no podía creer que una expresión de tanta paz pudiera haber surgido tras todo el sufrimiento que contenían esos viejos cuadernos de apretada escritura en algunos de los cuales había rastros de lágrimas en la tinta desvaída.

Unos cuadernos en los que he descubierto muchas cosas que no sabía, porque él no quería hablar de sufrimiento sino de paz y alegría

Bajo su mirada he escrito el libro en el que cuento aquellos años heroicos de su vida y la de mi madre que han hecho crecer su figura que ya era inmensa ante mi. Digo mal afirmando que los cuento yo, los cuenta él desde sus diarios y mi madre desde sus memorias. Yo me he limitado a darles voz seleccionando y ordenando citas de forma cronológica.

Detrás de esa foto guardo un papel en el que ya muy enfermo garabateó con un bolígrafo que le habían regalado en la Universidad de Zagreb, unas palabras casi incomprensibles, pero en las que se reconoce la última: mi nombre. Es lo último que escribió.

Un pequeño y a la vez enorme tesoro para mí.

Gracias por haberme enseñado a amar. Gracias por haberme querido tanto. Gracias por tu paz y tu serena alegría.

 

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