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El periodista Marc Marginedas, actual corresponsal en Moscú de El Periódico de Cataluña ha recibido esta mañana  el XV Premio Brajnović a la Comunicación.

Se trata de un premio muy especial porque ha sido otorgado en el centenario del profesor que le da nombre y después de la presentación de más de 200 candidaturas por parte de los antiguos alumnos de la Facultad. Marginedas, también antiguo alumno, que conoció a Luka Brajnović, agradeció el galardón con una destacada intervención que por su importancia reproducimos en su integridad.

Si hace 30 años, cuando abandoné estas aulas tras haber superado esa severa y algo traumática reválida que suponía para todos nosotros el último examen oral de Derecho de la Información, alguien me hubiera dicho que, ya en la cincuentena, estaría de vuelta para recibir el premio con el nombre de nuestro profesor más ilustre, en reconocimiento a una trayectoria basada “en la defensa de los valores humanos y la dignidad de las personas”, habría pensado, no solo que se me estaba tomando el pelo, sino que se estaba haciendo de una forma muy cruel. Como muy bien sabe mi querido profesor Paco Sánchez, no era confianza y seguridad en mi mismo lo que este periodista y corresponsal irradiaba en el momento de dejar atrás su etapa de estudiante y adentrarse en el desconocido mundo profesional.

 

Durante los cinco años previos en la Universidad, nuestro grupo de amigos —muchos presentes hoy en esta Aula Magna— habíamos escuchado las vicisitudes y los padecimientos de don Luka, un venerable profesor croata de Literatura Universal ya entrado en años que daba clase casi en susurros y con un suave deje eslavo; un hombre al que todo el mundo, desde el rector hasta los bedeles, trataba con enorme respeto porque durante su juventud se había enfrentado a todos los totalitarismos de su época, fuesen del signo ideológico que fuesen. Había sido arrestado por sus escritos, había driblado a una muerte segura cuando estuvieron a punto de fusilarle, había tenido que exiliarse y vivir separado durante más de una década de su mujer y de su hija Elica, a la que apenas conocía cuando se reencontró con ella en Munich. Era un héroe, pero para nosotros, miembros de una generación que había crecido y se había educado en democracia, en un país sin guerras, que acababa de ingresar en lo que por aquel entonces se llamaba Comunidad Económica Europea, los suyos eran los ecos lejanos de un mundo que en nada tenía que ver con el nuestro.

 

¡Cuánto nos equivocábamos! La Historia, como se nos explicó durante las lecciones de la asignatura que impartió Paco Verdera, mi tutor, no es un proceso lineal, de progreso perpetuo, sino que a veces avanza, pero en otras muchas ocasiones se detiene o incluso retrocede, llegándose a repetir los errores del pasado en cuanto las nuevas generaciones olvidan las lecciones que les impartieron en su día sus predecesores y maestros.

 

Por eso hoy, cuando la libertad de expresión atraviesa probablemente su momento más crítico desde los tiempos en los que un joven periodista apellidado Brajnovic desafiaba con sus escritos a los intolerantes de uno y otro signo en la Croacia ocupada, cuando los totalitarismos emergen de nuevo y amenazan las libertades del ser humano, no ya con ejércitos o milicias partisanas sino mediante las nuevas tecnologías y sofisticados procesos de desinformación, recurrir a los principios que don Luka nos enseñó en esta universidad se convierte casi en un ejercicio de supervivencia que nos permite afrontar los nuevos desafíos.

 

LA FALTA DE ÉTICA EN LA INFORMACIÓN DEGENERA EN DESINFORMACIÓN Y MANIPULACIÓN

 

Razones las hay, y muchísimas, para inquietarse. La falta de ética preside hoy multitud de acciones que se presentan como ‘informativas’, pero que no pueden estar más alejadas del objetivo principal de formar a una audiencia que tanto nos repitieron nuestros profesores cuando estudiábamos Periodismo hace tres décadas.

 

Durante la última campaña electoral estadounidense para elegir presidente, sabemos que un total de 146 millones de votantes estuvieron expuestos a anuncios falsos sufragados por Rusia y diseminados a través de Facebook. No era solo una injerencia y un método perverso e ilegítimo de influir en los electores. Estas publicaciones buscaban mermar la credibilidad de la democracia como sistema, azuzando miedos irracionales hacia los extranjeros y fomentando el racismo. Denigrando, en suma, al ser humano. Si tenemos en cuenta que el resultado de esos comicios se dirimió gracias a unos pocas decenas de miles de votos en un puñado de estados clave, parece inevitable concluir que, muy probablemente, estamos ante una de las campañas de manipulación informativa más exitosas de la Historia. 

 

Hace poco más de un mes, la Comisión Internacional Independiente de Investigación sobre la República Árabe Siria, bajo el mandato la ONU, concluyó, sin ningún género de dudas, que 32 de los 37 ataques químicos examinados y perpetrados durante la guerra que devasta ese país desde hace ocho años eran atribuibles al régimen de Bashar el Asad. En el caso de los cinco restantes, no se había podido determinar a ciencia cierta su autoría. Era una de las escasas ocasiones, desde la guerra mundial que tan bien conoció Brajnovic, en que armas de destrucción masiva se empleaban de forma deliberada para asesinar a civiles y desmoralizar a la retaguardia durante un conflicto bélico.

 

Sin embargo, si preguntamos en la calle de cualquier ciudad española acerca de estos terribles sucesos, muchos ciudadanos se encogerán de hombros y dirán que no saben nada. Nadie parece movilizarse y exigir responsabilidades o actuaciones a sus gobiernos o a la comunidad internacional. Los responsables de los crímenes perpetrados y sus aliados, en concreto Irán y Rusia, han sido muy efectivos en su empeño por desinformar: han difundido tantas versiones sobre lo sucedido que los lectores y los ciudadanos en general han perdido interés, llegando a la cínica conclusión de que, en este tema, como en muchos otros, es imposible averiguar la verdad.

 

Cambridge Analytica era una consultora de internet que se dedicaba a recabar los datos de millones de usuarios de una red social sin su permiso y a elaborar con ellos perfiles psicográficos de las futuras audiencias con el objetivo de incrementar la efectividad de cualquier campaña publicitaria a la que se viesen sometidos sus integrantes. La campaña a favor de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, o entorno del actual presidente estadounidense durante los meses previos a su elección, recurrieron, entre otros, a los servicios de esta organización, antes de que aparecieran las primeras informaciones exclusivas en la prensa sobre sus actividades ilegales, estallara el escándalo y fuera clausurada por la autoridad competente.

 

Hay otros ejemplos, como el derribo de un avión de pasajeros malasio en Ucrania en 2014 por una batería antiaérea rusa en el que murieron 298 pasajeros y tripulantes, que pese a rayar en lo grotesco, no dejan de ser extremadamente preocupantes. Recuerdo haber llegado hasta el escenario de la tragedia dos días después de la catástrofe, tras recibir la orden de mi jefa Marta López de tomar el primer avión con destino a Kiev. Además de centenares de vidas truncadas, los reporteros allí presentes pudimos hallar, en aquellos campos de girasoles expuestos al sol, entre los restos del fuselaje del Boeing, cartas, diarios de viaje, mochilas y hasta compras en las tiendas libres de impuestos del aeropuerto de Ámsterdam.

 

Cinco años después de todo aquello, Moscú sigue sin asumir su responsabilidad en la tragedia, llegando a ofrecer al menos cinco versiones, que se contradicen entre sí, en cada ocasión en que la investigación internacional avanza en sus pesquisas. El ruido informativo que emiten las autoridades de Moscú es tal, que ha llegado a afirmar que el aparato fue derribado por una batería ucraniana tierra-aire, pese a que las milicias prorrusas, es decir, los contendientes a los que en teoría se enfrenta el Gobierno de Kiev, carecen siquiera de aviones de combate, es decir, de objetivo al que disparar.

 

Estas sofisticadas tentativas de desinformación no son únicamente el recurso que emplea un régimen autócrata, un presidente corrupto o los miembros sin escrúpulos de una campaña política determinada para avanzar sus posiciones en el ámbito de la política internacional o europea. Se están extendiendo por todo el mundo y hoy ningún país se libra de ellas, después de haberse comprobado su enorme efectividad y recorrido.

 

Sin ir más lejos, durante las semanas previas a las elecciones recién celebradas en nuestro país, ha salido a la luz que 10 millones de ciudadanos han visto bulos o mensajes de odio a través de Whatsapp, de acuerdo con un estudio reciente de Metroscopia. Más lacerantes han sido incluso las mentiras, medias verdades e inexactitudes que los candidatos de los cuatro principales partidos políticos españoles verbalizaron durante los dos debates televisivos que mantuvieron. En cuanto se apagaron los focos y se acabó la discusión, los medios de comunicación nos vimos en la necesidad de examinar con lupa lo dicho por nuestros líderes políticos, verificar si se correspondía con la realidad y corregirles llegado el caso, con el fin de evitar que la desinformación calara en el ciudadano y adulterara el sentido del voto.

 

LAS ENSEÑANZAS DE BRAJNOVIC: ÉTICA Y VERDAD

 

Ante tanta comunicación no ética, resuenan las palabras que empleó don Luka para explicar las razones de porqué escribió en su día el libro que se convertiría en el primer manual universitario español de Deontología Periodística. Palabras que hoy, entre el ruido de la omnipresente de la desinformación y la manipulación, nos suenan a premonitorias, pese a que fueron plasmadas allá por 1978, es decir hace más de 40 años, poco después de que este país recuperara la democracia, cuando no existían ni redes sociales o fábricas de trolls.   

 

“Existe la crisis ética; pero esta crisis es más que nada una advertencia de que, sin normas morales objetivas básicas, las actividades humanas desembocan en un anárquico mar de violencia, fraudes, mentiras y usurpaciones”.

 

Decana, Olga y Elica, Javier Marrodán, profesores y, sobre todo, alumnos: todo periodista tiene la obligación de hacerse con la verdad, de aprehenderla y transmitirla con posterioridad a su audiencia. No existen hechos alternativos, ni realidades paralelas. Lo que ha sucedido, ha sucedido y no es opinable. Como decía nuestro querido profesor croata, “la verdad es lo que es porque existe o ha existido en realidad como un hecho o un acontecimiento de manera experimental o simplemente demostrable”.  

 

La verdad era tan importante para Brajnovic porque es la base sobre la que se sustentan nuestras sociedades; es el consenso, el mínimo común denominador a partir del cual cada ciudadano construye sus opiniones. Y la tragedia de los tiempos actuales radica precisamente en que las noticias falsas, las campañas de desinformación, en definitiva, la comunicación no ética, venga de donde venga, ataca precisamente el bien más preciado que posibilita la convivencia entre diferentes formas de pensar y de sentir.

 

El ataque que sufre la verdad en estos tiempos de manipulación y confusión es tan severo, que incluso ha aparecido la noción “hechos alternativos” cuando el resultado del trabajo de los periodistas incomoda o contradice los intereses de mandatarios, políticos o sus portavoces. Y, si no, recuerden ustedes las palabras de la entonces secretaria de prensa del presidente Donald Trump, Kellyane Conway, nada más tomar posesión del cargo el nuevo líder de la Casa Blanca. Habían salido a la luz fotografías del público presente durante la ceremonia de inauguración en el Nacional Mall, la explanada situada frente al Capitolio en Washington y habían sido comparadas con las imágenes tomadas años antes durante el mismo acto protagonizado por su predecesor, Barack Obama. Observando ambas, saltaba a la vista que el nuevo presidente había logrado congregar a menos de un tercio de simpatizantes que su antecesor en el cargo.

 

Pues bien. Para desacreditar a la desventajosa comparación fotográfica, la señora Conway respondió con imágenes tomadas desde un ángulo diferente que daban un aspecto de lleno total. Y cuando el reportero le acusó de falsear la realidad, la entrevistada se limitó a decir que quería presentar al público “hechos alternativos”, entre la incredulidad y la indignación del entrevistador, que reaccionaba aterrado ante lo que percibía como un ataque sin precedentes a la verdad, la línea de flotación sobre la que se sustentan las sociedades diversas.  

 

LAS ENSEÑANZAS DE BRAJNOVIC: LA RESPONSABILIDAD.

 

Como bien decía nuevo querido don Luka, los periodistas no nos limitamos a informar, desentendiéndonos de los resultados de nuestra labor periodística. Todo lo contrario. Debemos prever los efectos que pudieran derivarse de nuestras informaciones, anticipándonos a ellos y actuando en consecuencia. La responsabilidad es una noción clave que debe acompañar en todo momento la labor periodística.

 

Recuerdo cómo si fuera ayer el animado debate que mantuve en la Facultad con mis compañeros hoy presentes aquí acerca de dicha cuestión tras visionar la película Ausencia de Malicia, la historia de una ambiciosa reportera cuyas informaciones exclusivas acabaron por provocar el suicidio de una frágil mujer. Brajnovic definía cómo responsable “a una persona que desea destacar su sentido moralmente recto y su criterio de ir pensando en los posibles efectos de su comportamiento, corrigiéndolo o reforzándolo conforme a la previsión de tales efectos”.

 

Cuando repaso estas notas escritas en su manual Deontología Periodística, pienso en lo lejos en que aún nos encontramos los periodistas y los responsables de los medios de de asumir estos ideales. Tras haber sido protagonista de uno de los secuestros más mediatizados de los tiempos recientes, en Siria el año 2013 y 2014, no puedo evitar que me vengan a mi memoria, de forma recurrente, las imágenes de mis compañeros de cautiverio, vestidos de naranja, arrodillados, humillados, leyendo por obligación una declaración propagandística antes de ser asesinados de la forma más terrible ante los ojos del mundo entero. Esas imágenes fueron difundidas en YouTube por los secuestradores, ocuparon las primeras páginas de importantes cabeceras y abrieron noticiarios y programas televisivos. No aportaban nada desde el punto de vista informativo, pero sí atraían de sobremanera una audiencia ávida de morbo. 

 

Muy pocos parecieron reparar, durante aquellos días de frenesí informativo, que también llevaron un dolor infinito a padres, hermanos y amigos de James, Steven, David, Alan y Peter, a quienes llegué a conocer muy bien durante los seis meses de cautiverio que compartí con ellos. Pasé varios días en Barcelona con Diane Foley, la madre de James, el primer rehén asesinado, algunas semanas después de la muerte de su hijo. Y recuerdo cómo instintivamente apartaba la vista en cuanto hojeaba una publicación o un periódico y vislumbraba a una figura vestida con un mono naranja sobre un fondo desértico. Era casi un acto reflejo, indispensable para protegerse de tanto sufrimiento.      

 

Pero lo cierto es que esas imágenes no solo acrecentaron los padecimientos de cinco familias desgarradas por el dolor. Al difundir aquellas ejecuciones sin apenas plantearnos sus consecuencias, tal y como nos rogaba encarecidamente Brajnovic, los periodistas y los medios nos convertimos en la caja de resonancia de una sesgada visión de la religión islámica basada en la intolerancia y el supremacismo y a la que sus autores habían desprovisto del concepto de rahma, palabra que en árabe equivale a clemencia y que es uno de los primeros conceptos que aparece mencionado en el Corán, el libro sagrado de los musulmanes.

 

Dicho con otras palabras. Al ilustrar las noticias de las ejecuciones de mis compañeros rehenes con esas terribles escenas, los periodistas y los medios hicimos exactamente lo que pretendían los secuestradores: nos transformamos en correa de transmisión de un mensaje de odio y venganza ideado para seducir a una audiencia de posibles reclutas, muchos de ellos emigrados a países occidentales, con limitados conocimientos de la religión que practican y cuya situación de alienación y explotación era susceptible de ser explotada por mentes manipuladoras y sin conciencia. Y aunque los efectos de la cobertura mediática sobre el mal llamado Estado Islámico están siendo aún objeto de estudio por los expertos, sí sabemos ya que precisamente durante estos años de máxima expansión, esa organización ultrarradical logró atraer a miles de combatientes, muchos de ellos musulmanes residiendo en estados europeos.

 

CONCLUSIÓN

 

No quiero acabar este discurso sin destacar el gran honor, pero también la enorme responsabilidad, que supone para mí vincular mi nombre con el de don Luka. Soy consciente de que la comprensión y asunción de la ética y la responsabilidad a la hora de informar no es proceso estático, que se aprende una vez, ya sea en la universidad o en las redacciones y se aplica mecánicamente durante la trayectoria profesional de un periodista. Es algo vivo, que hay que nutrir a diario mediante la reflexión y la lectura. Nuestras acciones y decisiones a la hora de informar siempre son susceptibles de mejora, siempre pueden ser más empáticas, siempre pueden tener más en cuenta a los demás, o prever de forma más acertada sus posibles consecuencias.

 

Este premio para mi es un acicate para profundizar en todos estos conceptos en lo años que me quedan de vida profesional, para luchar contra el cinismo y el relativismo que todo lo impregna en esta era de contaminación informativa. En resumen, para batallar con uñas y dientes por transmitir la verdad. No me cabe duda de que tarde o temprano conseguiremos restablecer la confianza en la información y en la profesión periodística, devolver progresivamente la salud a nuestros debates y discusiones públicas, hacer comprender a nuestros dirigentes que el recurso a la desinformación y a la manipulación no tienen cabida en el espacio mediático de las sociedades modernas. Recuperando la idea con que arranqué esta intervención, nuestra profesión afronta retos tan importantes como con los que con tanta entereza lidió en su juventud el profesor que da nombre a este premio.

 

De nuevo, gracias infinitas por haber pensado en mí para una distinción que acepto desde la absoluta certeza de que no la merezco porque me queda mucho por aprender y mejorar.              

 

 

 

 

En la imagen superior, la decana de Comunicación Charo Sádaba entrega la estatuilla del premio Brajnović a Marc Marginedas. En la foto inferior, el premiado con los familiares de Luka Brajnović y la embajadora de Croacia. Fotos Manuel Castells

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