
Después de un año cargado de emociones llegamos a los días más entrañables, en los que celebramos el nacimiento del Niño Dios.
Las primeras Navidades que pasó mi padre, Luka Brajnović, reunido con su familia, Ana y Elica, en Madrid en diciembre de 1956, estuvieron llenas de la felicidad recién estrenada por el reencuentro después de doce años de separación.
Se habían reunido hacía apenas dos meses en Múnich y disfrutaban de la novedad de estar juntos. Pero al mismo tiempo se enfrentaban a las dificultades de la vida de emigrantes sin medios y Ana y Elica tenían la dificultad adicional de no conocer el idioma.
Esa Navidad tenían lo justo para sobrevivir. No había ni la más mínima posibilidad de pensar en regalos. Pero la casa estaba llena de amor. Consiguieron un Árbol, algo difícil en Madrid porque la costumbre no estaba implantada en España . Lo adornaron como pudieron. Esa nochebuena, Luka colgó de sus ramas un poema para cada una. Era lo mejor que les podía regalar algo suyo, salido de su alma.
Pasaron los años, llegamos los hijos pequeños y la estabilidad del trabajo en Pamplona..
En mi mente se agolpan los recuerdos de aquellas Navidades con mis padres y mis hermanos, cuando mi padre, el día de nochebuena se ponía a construir el belén debajo del árbol que mi madre ya había adornado.
Durante los domingos de Adviento él había ido preparando las cosas y hacía uso de sus dotes artísticas para crear cada año un Nacimiento distinto. Nosotros le mirábamos admirados y ayudábamos como podíamos.
Un año el portal era un arco bajo una escalinata hecha con los corchos rectangulares de los flotadores con los que aprendimos a nadar, Todo pintado con arte, imitando la piedra y la vegetación. Otro año era una cueva o una choza…
Era bastante grande. Ocupaba una buena parte del cuarto de estar. Tenía caminos, puentes, río. Nosotros nos divertíamos colocando las figuras de los pastores y las ovejas.
Pero había una que sólo mi padre podía manejar: la del Ángel del anuncio a los pastores. Era un ángel vestido de blanco y la figura estaba moldeada al detalle: tenía todos los dedos de las manos separados y era crucial que no se rompiera. Todavía la guardamos y aún está intacta. Es el Ángel de papá.
Cuando todo estaba dispuesto, antes de la cena de nochebuena, mi padre se encerraba en el cuarto de estar a solas para conferenciar con el Ángel que traía los regalos de parte del Niño Dios. Él sabía si habíamos sido buenos y cuáles eran nuestros deseos. Luego iba encendiendo una a una las velas del árbol. Desde el pasillo, a través de la puerta esmerilada del cuarto de estar veíamos las luces titubeantes empezar a iluminar la estancia con impaciencia.
Luego él abría la puerta y entrábamos cautelosamente, para ver maravillados el belén iluminado, el árbol con sus luces y los regalos envueltos en papeles brillantes en el suelo.
Primero leíamos el Evangelio del Nacimiento de Jesús, después cantábamos un antiguo villancico croata y finalmente encendíamos las luces y nos lanzábamos a por los regalos.
Esos momentos de oración y de veneración al belén con la intriga de qué habría en esos bonitos paquetes eran intensos llenos de emoción e inolvidables.
Mis padres nos regalaron muchas noches mágicas y nos enseñaron a querer la Navidad por lo que es, no solo por los regalos.
En la foto el humilde Belén que he montado en mi casa. Y en mi corazón el deseo de que el Niño Dios llene de bendiciones a todos mis lectores.