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Esta es la presentación que preparé para el homenaje a don Luka en el 50 Aniversario del PGLA

No sé que recuerdo guardarán ustedes de mi padre, Luka Brajnović, don Luka. Yo recuerdo paz, una inmensa paz a su lado. Y una mirada de aquellos ojos azules que reflejaban la luz de la bahía en la nació, que me acogía como nadie lo ha hecho jamás.

Me ayudaba a abrir el alma porque era como una puerta abierta a mis pequeños problemas y grandes sueños que tan bien sabía escuchar y con un par de palabras encauzar dejando volar mi libertad.

A efectos de este homenaje le llamaré don Luka porque es como ustedes le conocieron, aunque se me hace raro referirme así al que fue para mí un padre amado, mi papá.

He dicho que recuerdo a su lado paz, en tiempos difíciles y en tiempos amables, incluso en el momento más crucial de la vida de un hombre que es cuando abandona esta tierra para entrar en el más allá.

Sí. Aún en ese momento que me rasgó el alma de agudo dolor, él hizo que al mismo tiempo me inundara una dulce calma, porque se fue mirando al amor de su vida, mi madre, Ana, y rodeado de la oración al otro amor de su vida, Dios, que estoy segura le acogió con los brazos abiertos para que descansara en esa tranquilidad plena que nunca se acaba.

Don Luka transmitía paz y eso que la guerra le había maltratado cruelmente. Y cuando él ya se había hecho a la idea de sacrificar su propia vida para no traicionar sus creencias y su ética profesional, la guerra y lo que trajo después, (unos acuerdos de paz que fueron injustos para media Europa) acabó golpeándole en lo que más quería y que hubiera deseado proteger con todas sus fuerzas: su familia. Su mujer y su hija que quedaron atrapadas en un régimen comunista que les perseguía.

Sin rencor

Pero todos esos sufrimientos que fueron ingentes no dejaron ni un rastro de rencor en su alma. Pudo más el amor a Dios y a su familia y su extraordinaria capacidad de perdonar.

Cuando estalló la llamada guerra de los Balcanes en 1990, le invitaban a tertulias y conferencias para que explicara lo que nadie entendía o simplificaba banalmente. En una ocasión fue a una entrevista en la televisión. Yo le acompañé. Mientras íbamos yo me eché a llorar porque acababan de comunicarnos que uno de mis primos había fallecido en Croacia. Él me dijo: no llores; hay gente con muchos más motivos para llorar.

Cuando comenzó la entrevista, la periodista se puso a preguntarle por la historia de su vida: allí salió su prisión por los fascistas de Mussolini, de la que se fugó, su apresamiento por los partisanos de Tito que le condenaron a muerte y estuvieron a punto de fusilarlo hasta el extremo de que él mismo se cavó su fosa y tuvo delante al pelotón de ejecución del que se libró en el último instante, su internamiento en un campo de concentración, la separación forzosa de su mujer y su hija durante 12 largos años.
La periodista soltó su guión de preguntas, le miró a los ojos y le dijo:

-Pero usted ¿No guarda rencor a las personas que le hicieron tanto daño?
Y él contestó

-Desde entonces todos los días lucho positivamente contra el odio.

Ese día descubrí a mi padre de nuevo. Lo que me había parecido tan natural, su paz, su sosiego del alma, no era cosa fácil, no venía dado gratuitamente como en un paquete prefabricado, era consecuencia de una determinación, de un empeño en no caer en el juego de la violencia y el odio, de una extraordinaria voluntad de perdonar mantenida a lo largo de décadas. Era consecuencia de la lucha de toda una vida.

Ética y experiencia

Muchos han estudiado su tratado de ética profesional: la deontología periodística. Pues bien, es un tratado escrito con las reflexiones y los estudios llevados a cabo por un hombre que tenía el bagaje de una experiencia que yo me atreveré a llamar heroica por defender su integridad profesional desde sus primeros pasos en la profesión.

Cuando falleció, dejó tras de sí sus diarios, escritos con esa letra pequeña y cursiva difícil de descifrar. Nos había prohibido leerlos mientras el viviera. Mi madre comenzó a leerlos cuando él falleció. Cubrían su cautiverio y sus años de refugiado.

Nosotros pensábamos que estarían llenos de sus aventuras, que fueron muchas, para sobrevivir en un mundo hostil. Pero nos equivocábamos en parte.

El relato de sus idas y venidas estaba ahí, sí, pero en segundo plano. En primer plano había una carta de amor a mi madre de doce años de duración: los doce años que estuvieron separados, durante los que día a día le decía de formas diferentes en prosa y en verso cómo la amaba. Yo no he leído nada más impresionante en mi vida.

Fue otro nuevo descubrimiento del hombre junto al que había pasado tantos años de mi vida que de pronto se hacía aún más grande. Entonces pensé, ¿por qué no he sabido esto antes? Tantas preguntas nunca formuladas, tantas conversaciones nunca mantenidas. Todo por la humildad y la discreción de un hombre que creía en Dios y en el amor pasara lo que pasase y al que yo empecé a querer aún más que cuando vivía, si eso es posible y que sigue creciendo en mi interior día a día.

Y he de decir que yo he podido leer esos diarios gracias a que mi madre, con 90 años, un buen día nos preguntó cómo funcionaba el ordenador y se puso a transcribirlos: escribió 900 páginas. Lo que ella llamaba su tesis doctoral. Gracias a eso yo he podido traducir fragmentos y escribir su biografía de esos años y la de mi madre, ya que él conservó todas sus cartas, en el libro Una Odisea de Amor y Guerra.

Volviendo a la ética profesional: con 22 años criticó a Mussolini y le apresaron los fascistas italianos en Kotor. Se escapó a nado de la nave prisión que le iba a trasladar a un campo de concentración en Italia donde murieron muchos de sus compañeros de cautiverio. Tuvo que abandonar su bahía, su familia para no volver hasta que era un anciano.

Cuando, dos años más tarde, siendo novio de mi madre, a mi padre le apresaron los guerrilleros de Tito, le pidieron que colaborase con ellos como periodista en el Agiprop (Agitación y Propaganda) a cambio de conservar su vida. Él se negó sabiendo que le esperaba una muerte segura. Y de hecho le mandaron a fusilar, como ya he comentado.

Se cavó su propia fosa y ya se formaba el pelotón de fusilamiento, cuando en el último momento un guerrillero salió del barracón y dijo: al camarada periodista fuera. Le desataron, le condujeron a otro barracón, pero él pudo oír los disparos que acabaron con sus compañeros de infortunio.

Una vez en el barracón, volvieron a hacerle la oferta. Se volvió a negar y le enviaron al cuartel general de la guerrilla en Croacia donde le esperaban más interrogatorios y posiblemente otra condena a muerte. Su periplo de un lugar de detención a otro caminando por el bosque y las montañas se extendió por más de 300 kilómetros en gran parte, descalzo.

Él se negó siempre a las propuestas que le hicieron y acabó en un campo de prisioneros en condiciones infrahumanas del que escapó meses después. Pesaba 40 kilos y estaba en un estado de salud lamentable.

Una vez en Zagreb, la capital de Croacia, se casó con Ana Tijan, el amor de su vida y al cabo de un año nació Elica. Pero el gobierno, que era profascista, le cerró el semanario que dirigía porque no se plegaba a la censura, de nuevo defendiendo sus principios en favor de la verdad. Se quedó sin medios para sostener a su joven familia.

La huída

Cuando Elica tenía cuatro meses la guerra terminaba, los comunistas iban a entrar en Zagreb y él estaba en la lista negra. Le aconsejaron salir de Croacia por unas semanas hasta que se calmaran las primeras revueltas y volver después. Pero ya no puso regresar. Quedó separado de su mujer e hija que tuvieron que sobrevivir largos años en medio de una dura persecución en un régimen comunista.

Como refugiado, ya separado de su mujer e hija, inició un periódico y tuvo que enfrentarse de nuevo a la censura. Rechazó el traslado a un campo de refugiados mejor en el que podía dejar de pasar hambre porque no le iban a permitir la libertad de expresión.

Escondido en Roma, necesitaba un trabajo para obtener permiso de residencia y tuvo la oportunidad de obtener empleo en una agencia informativa, pero se dio cuenta de que querían de él algo más que pura información, actuar como espía entre los suyos. De nuevo rechazó la oportunidad que le permitiría obtener la residencia en Roma y dejar de pasar hambre.

Sus amigos le decían que él no sabía lo que era la vida que en algo había que ceder, pero él contestaba que prefería vivir hambriento con la conciencia tranquila a comer todos los días traicionándola y que esa vida de la que le hablaban sus amigos no merecía ser vivida.

Esta lucha por la verdad y contra la censura la continuó a su llegada a España.

Y es que don Luka era periodista en esencia y no podía estar en ningún sitio sin trabajar como tal, sin contar la verdad de lo que ocurría y publicarla costara lo que costase. En Croacia, en Italia, en España, donde fuera, dijeran lo que dijeran quienes tenían el poder.

Este es el telón de fondo de la Deontología Periodística, además de la formación humanística de don Luka que era de las que no e encuentran hoy en día y le permitió ser una autoridad no sólo en Deontología sino en Literatura, Sociología y en su momento en Tecnología.

Además de periodista vocacional era poeta y escritor en pura esencia y no podía estar en ningún sitio sin expresar lo que tenía en su alma a través de la escritura en prosa o en verso. Versos íntimos y bellos por los que corre el amor, el dolor y también la alegría y la esperanza.

El camarada

Quiero hacer aquí un inciso en esta desordenada exposición, en el que quizá me pueda ayudar mi hermana Elica, aquí presente entre el público. Se refiere a la generosidad del alma de don Luka aparte de sus cualidades como periodista y poeta. En los últimos años 90 le invitó la Universidad de Zagreb a dar una conferencia con motivo de la concesión de un premio. Para entonces ya estaba muy enfermo y no viajaba, pero nos sorprendió a todos diciendo que pensaba ir porque le parecía una oportunidad de establecer un vínculo entre la Universidad de Navarra y la de Zagreb, sus dos Universidades. Al llegar su estado empeoró y casi no pudo salir de la habitación del hotel. Mi prima María que es enfermera le cuidaba y la gente que quería verle iba al hotel a saludarle. Apareció un hombre mayor al que ni mi madre ni mi hermana conocían insistiendo en que quería saludar a Luka Brajnović. Insistió tanto que a pesar del desconocimiento y de que no daba razones de qué vinculación tenía con él le dejaron pasar. Entró y dijo: Luka: yo soy aquél guerrillero que te sacó de la fila de fusilamiento. Los dos se fundieron en un abrazo y mi padre le dijo: desde aquel día he rezado todos los días por ti. Cierro el inciso.

Maestro y acogedor

Dice Iñaki Gabilondo, periodista consagrado, que don Luka le enseño a leer. A mí también. Y a escribir. Desde los primeros palotes hasta los primeros versos. Claro que nunca podré igualar su nivel ya que él fue capaz de escribir poesía en dos idiomas. Me decía que escribiera todos los días y guardara lo que había escrito y que lo leyera al cabo de un tiempo: si con el paso del tiempo lo encontraba valioso, que lo guardara y siguiera trabajando en ello.

Algunos de los libros de los sobre los que escribió ensayos celebrados los leyó o releyó durante su duro cautiverio, como el Ulises de James Joyce o la Divina Comedia de Dante. Así que sus reflexiones tienen el peso del dolor.

Quizá porque sabía lo que es ser un paria de la sociedad, una persona enamorada de su patria que durante largos años se tuvo que mover por Europa con una documentación de la Cruz Roja en la que se le declaraba apátrida, o quizá porque era un hombre bueno, era tan acogedor. Y en esto debo incluir a mi madre, Ana Tijan.

Creo que ustedes podrán recordar esa faceta de sus figuras. Porque yo recuerdo, siendo niña, las cenas que mi madre preparaba en nuestra casa de Sangüesa 16, en la Plaza de la Cruz para las promociones del PGLA. Creo recordar que sus cócteles eran memorables.
Mi misión como la de mis hermanos era pasar bandejas y molestar lo menos posible. Tengo que reconocer que en ocasiones incluso llegamos a estar un poquitín celosos de ustedes. Pero se nos pasaba pronto. Estábamos acostumbrados a que nuestra casa fuese una casa abierta a los alumnos de mi padre que para él eran más que alumnos.

Así lo fueron ustedes, amigos, casi hijos, con los que compartió sabiduría, añoranzas, penas y alegrías.

Olga Brajnović
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