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Los recuerdos se amontonan
como los mozos del encierro
una mañana de adrenalina y suspense
en el callejón de la plaza:

Mi padre pone las figuras
debajo del árbol
símbolo de la vida y la luz
que nacen de la cueva del misterio.

Sostiene con cariño
un ángel blanco,
alarde de artesanía
que anuncia la buena nueva.

Desde la cocina llega el olor

al strudel de manzana

que mi madre hornea

entre pucheros.

 

Esa noche llega

el emisario

del niño Jesús

a traer los regalos

 

Los niños espiamos

tras la puerta de cristal esmerilado

y vemos luces vacilantes

que van iluminando el árbol.

 

Estamos seguros de que es el ángel

que habla con mi padre

y le entrega los presentes.

Por fin entramos.

 

Sólo las velas

y la luz del pesebre

iluminan el cuadro.

Vemos en las sombras

paquetes con lazos

envueltos en papeles

que brillan más a la luz de las velas.

Pero no los tocamos.

Primero cantamos

un antiguo villancico croata

y rezamos.

Por fin, mi padre enciende la luz

y todos nos lanzamosa por los regalos

del Niño Dios.

Y jugamos juntos.

Hoy soy yo quien sostengo

las figuras de barro.

Y ya no tengo quien cante conmigo

la dulce melodía de mi tierra.

Necesito el musgo

para sostenerme en pie

disimulando mis heridas

delante de la misteriosa cueva.

Pero no abandonola ilusión primera

ni el amor profundo

que entró en mí

cuando todo era nuevo.

 

Olga Brajnović
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