-«¡Entonces te fusilaremos!»
Pocos días después del asalto al tren en el que estuvo a punto de morir y que relato en una entrada anterior, Luka Brajnović fue conducido ante el jefe de un cuartel de la guerrilla. Varias veces se había negado, por razones de conciencia, a trabajar como periodista para la propaganda comunista: era lo que le exigían y se lo presentaban como pasaporte para salvar la vida y recuperar la libertad.
No puedo
Era su respuesta inamovible. En su diario personal se muestra sorprendido de sí mismo.
Me extraño de mi sinceridad. En mí vive el convencimiento de que algo me separa de ellos, de que mis pensamientos están llenos de Dios, de mi familia y de… mi prometida. ¿Cómo ha llegado ese término a mi diccionario de realidades? Ciertamente estoy convencido de que Ana es mi verdadera prometida y como tal voy a considerarla aunque ella nunca llegue a saberlo.
(Luka y Ana salían juntos pero no se habían prometido aún.)
El 19 de marzo de 1943, fiesta de San José, Luka volvió a dar su respuesta negativa y oyó del jefe guerrillero la fatal «sentencia». Reaccionó sin decir una palabra.
Me encojo de hombros. He pasado tanto tiempo cerca de la eternidad que casi deseo alcanzarla cuanto antes.
Inmediatamente, el mismo guardia que le había conducido al cuartel, le cogió del brazo y le llevó a una especie de huerto donde estaba el resto de los condenados procedentes del asalto al tren. Allí, los guerrilleros les obligaron a cavar un agujero en el suelo y a alinearse delante de él. Un grupo de tiradores se colocó a unos diez metros delante de ellos.
Me atan al último de la fila. Así que realmente se acerca el final. Estoy completamente tranquilo. Pienso en la salvación de mi alma y no me entristece que voy a dejar a Ana, a mis padres, a mis hermanos y hermanas, y a todos aquellos que me son tan queridos y cercanos. Solo mis labios se mueven. Rezo por ellos y por mi. Rezo a la Virgen de Fátima.
Ni siquiera aprecio cómo corren los últimos instantes.
Pero todo cambió en un segundo.
De pronto me estremezco. Oigo las palabras:
-«El camarada periodista, fuera.»
Un guardia me desata. Ni siquiera noto su proximidad, sino sólo cómo la atadura de mi mano se suelta. En mi alma surge algo parecido a la decepción. Y al mismo tiempo pienso, con la mayor intensidad, en lo malo que es desear la muerte. (…) Siento un gran cansancio, no en el cuerpo, sino en el alma.
Luka creía que con el fusilamiento acabarían en unos instantes sus sufrimientos. Y de pronto se encontraba con la incertidumbre de lo que podía esperarle en manos de sus captores. Además, cuando el guardia le estaba alejando del lugar del fusilamiento oyó el fatal estallido de las armas. Sólo podía significar una cosa:
¡Los otros han sido fusilados! Rezo por ellos. Por el descanso de sus almas.
A partir de entonces quedaban abiertas muchas preguntas que poco a poco hallaron su cruda respuesta: un agotador traslado a pie hasta el cuartel general de la guerrilla en Croacia, más intentos de «convencerlo» de que se uniera a la propaganda comunista, a los que siguió negándose, y finalmente, el internamiento en el campo de concentración de Vrhovine, que relata en su libro Despedidas y Encuentros.
Después de esta dramática experiencia, tuvo más encuentros próximos con la muerte, ante los que siempre se enfrentó con esa misma tranquilidad en la conciencia y esa paz.
Muchos años más tarde, ya anciano y enfermo, cuando estaba ingresado en la Clínica de la Universidad de Navarra, estando yo cuidándolo de noche, tuvo una repentina y brutal subida de tensión que estuvo a punto de acabar con él. Yo veía cómo los médicos y las enfermeras se esforzaban por sacarlo adelante y rezaba. No podía hacer mas. Cuando pasó todo, él se durmió tranquilamente. Al despertar le pregunté:
– ¿Te has asustado?
– ¿y tu?. – me contestó
– Si – confesé.
– Pues no te asustes porque yo no tengo miedo a la muerte.
Él lo había demostrado muchas veces en su vida. Pero a mí el dolor de verle sufrir no me lo podía quitar nadie.