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La Semana Santa de 1943 le sorprendió a Luka Brajnović internado en el campo de prisioneros de Kamensko, viviendo en unas condiciones infrahumanas, pero no por ello dejó de recordar qué fechas estaba viviendo y trató de celebrarlas a pesar de todo. No lo tuvo fácil. Aún así fue una Semana Santa intensa para él.

Ya había relatado en su diario que la dieta de los prisioneros consistía en una sopa de harina de maíz con un poco de pan de corteza una vez al día, con la que pasaban un hambre terrible. Pues bien, el Viernes Santo, día de ayuno y abstinencia para los católicos, Luka pensaba que no iba a tener ningún problema para cumplir con el precepto. Eso hasta que entró en la barraca el caldero de la comida, miró en su interior y vio con sorpresa un guiso de patatas y longanizas.

Yo no las quise comer y, conmigo, algunos otros.Varios comieron como con disgusto. Por la tarde de ese mismo día, vino el presidente del «Tribunal», Malcik (ese era su seudónimo), para disculparse por esa carne.

– «No teníamos ni la más mínima intención – dijo muy seriamente – de herir vuestros sentimientos religiosos, Pero esto es lo que teníamos y otra cosa no podíamos daros»

Al día siguiente volvió la sopa de harina de maíz y ya no hubo carne ningún día mas. El Domingo de Resurrección los prisioneros contestaron poniéndose a cantar de madrugada a pleno pulmón el Regina Coeli en croata, muy popular allí.

Pero ese domingo de Pascua fue especialmente duro para Luka por un episodio que no menciona en sus memorias pero sí aparece en su diario.

La Pascua amanece triste, igual de triste que cada uno de mis días. Mis instantes estaban llenos de mis pensamientos en Ana y de mis oraciones dirigidas a la Virgen de Fátima que tantas veces me ha salvado de desgracias tanto anímicas como físicas… Siento un horrible dolor en las piernas, la cabeza me arde de fiebre y ya estoy seguro de que tengo tifus. Porque cuanto más nos limpiamos de piojos, más nos atacan.

Su situación no hizo sino empeorar durante ese día y los siguientes pero eso no le distrajo, sino que le centró aún más en la fiesta que estaba celebrando: una Pascua muy especial.

Este estado en el que me encuentro, no me impide pensar en el gran día que está clareando. Hago un esfuerzo por escuchar buscando el sonido de campanas de Pascua, pero sólo oigo el rumor de motores, porque los aviones vuelan constantemente en algún lugar cerca de nosotros sembrando la destrucción y la muerte.

En realidad cuando uno está tan cerca de la muerte, siente más cerca la Resurrección y reconoce la grandeza de la redención. Nunca en mi vida he meditado de forma más profunda y consecuente, y con atención más plena, la grandeza de la redención y la resurrección de Jesucristo como en estos días. Con el espíritu sigo la bella liturgia de la fiesta en una majestuosa y desconocida iglesia que ha construido mi imaginación con anhelos y deseos. Y me parece que siento la cercanía del Resucitado. Y que Él, con su mano traspasada, me acaricia regalándome el más bello obsequio de Pascua: consuelo.

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