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En mayo de 1943, Luka Brajnović fue trasladado desde el campo de prisioneros de Kamensko al de Vrhovine a pie, un camino que se le hizo especialmente costoso porque se encontraba muy debilitado, llovía insistentemente y él había perdido los zapatos por lo que iba caminando descalzo por el monte.

Estábamos ya famélicos como para soportar todas las durezas del camino. Mi abrigo se llenó de agua y pesaba el triple de lo normal. Uno de los prisioneros continuamente me hacía fijarme en el entorno. Y realmente valía la pena contemplar como abajo, alrededor de los acantilados verticales en cuya cima descansaba un claro verdor, corría una franja de tierra rojiza envuelta en bancos de niebla casi transparente que parecían el humo de un enorme y magnífico fuego. Si Dante hubiera podido observar esa belleza no hubiera podido describir mejor…el Infierno.

El joven prisionero tuvo que caminar arrastrando los pies bajo el peso de su abrigo hasta que llegó a Vrhovine

Si no me llegan a ayudar, cualquiera sabe dónde me hubiera quedado completamente agotado.

Finalmente alcanzaron su destino:

Llegamos a un edificio y nos tiramos en el suelo. Yo no puedo ni moverme.

Según cuenta en su diario se quedó dormido allí mismo hasta el día siguiente, en que se despertó dispuesto a todo y descubrió que sus condiciones de vida habían cambiado. Había varias barracas, más espacio para los prisioneros y ciertas condiciones higiénicas.

La comida es mejor y el pan tiene más sustancia

Pero su estancia allí duró poco tiempo. Unos días después de llegar, un avión italiano lanzó once bombas a menos de cien metros de las barracas.

La onda expansiva me lanzó de un extremo al otro de la habitación y al mismo tiempo estallaron los cristales y los tabiques de madera.

El caos que siguió al bombardeo le abrió la puerta a la huida

Mi esperanza se convierte en impaciencia

Finalmente se internó en el bosque con otro prisionero para intentar llegar caminando a Josipdol, una ciudad que no estaba en manos de los guerrilleros, situada a unos 80 kilómetros de donde se encontraban. Todo ese camino lo hizo descalzo. El viaje no estaba exento de peligros porque los dos fugitivos sabían que en los bosques podían encontrar guerrilleros comunistas, guerrilleros ultranacionalistas serbios o «četinks», paramilitares de ultraderecha croatas o «ustašas» y soldados del régimen fascista italiano, tal era el caos de la zona.

Oigo cada crujido, cada brizna de aire. El bosque me parece espeluznante y lleno de ojos que nos acechan con odio. Pero el deseo del regreso nos empuja hacia adelante.

Conforme se fueron alejando de la zona de combate y acercando a Josipdol, Luka empezó a sentir experiencias que creía olvidadas

La primavera ha teñido la tierra con los más hermosos colores.  Todo florece, todo se alegra, el aire es tranquilo y puro. Uno no sabe si es sueño o realidad. No se siente ya el humo de las casas incendiadas ni el ruido de las explosiones y las bombas . Paz, paz y paz…

En Josipdol se separó de su compañero de huida y se fue andando a Karlovac, la ciudad más importante de la zona, desde donde llamó por teléfono a su periódico para que le identifiquen y evitar así ser encarcelado ya que estaba indocumentado. Muchos le habían dado por muerto. La sorpresa fue mayúscula.

En cuanto consiguió el visado de Zagreb, Luka se fue a la estación para regresar a la capital de Croacia. Allí le esperaba otra prueba: volver a montarse en un tren después de lo que le había pasado en su anterior viaje.

En cuanto vi el tren tuve una sensación muy enfermiza. Todo el viaje estuve asustado porque aquella primera experiencia me había dejado la profunda huella del horror y la amargura. Y sólo cuando entré en la estación de Zagreb me calmé, entretenido con el pensamiento de a quién iba a ver primero.

En el andén le esperaban Ana Tijan, sus hermanos Tripo y María y sus amigos Alfieri y Morgenstern.

Ana me vio antes que yo la viera a ella. Corrió hacia mí y me besó. A pesar de que estaba agotado, sentí aquél beso como un regalo de felicidad, misericordia y amor, como para saltar de alegría. Y esa felicidad mía la completaba la alegría de mis hermanos que me miraban como quien mira a un muerto que ha resucitado.

 

 

 

 

 

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