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¿Casarse en plena guerra? a los que viven en la paz, les puede parecer una insensatez.

Ana Tijan, esposa de Luka Brajnović afirma en sus apuntes que los dos estaban de acuerdo en que era lo mejor que podían hacer y relata cómo era su vida cotidiana en medio del peligro de los bombardeos continuos que sufría la ciudad en la que encontrar víveres era toda una aventura.

Los peligros unen, el amor es mas sincero, el egoísmo desaparece. solo se piensa en el bien del otro. no hay exigencias o caprichos personales, solo el deseo de compartir la vida…o la muerte. La muerte, que en esa situación siempre está presente, se convierte en algo habitual en la vida diaria. Uno tiene que estar siempre preparado. Lejos de desearla, la muerte se acepta si llega. Las oraciones son mas sinceras, mas directas. mas profundas.

Vivíamos el día a día con una mezcla de miedo, de ilusión, fe y esperanza en que aquella horrible guerra tenía que terminar algún día y dar paso a la normalidad. Sin embargo, el horizonte, en lugar de aclararse, se iba oscureciendo más y más. Cuando mi marido salía de casa para ir a trabajar, nos despedíamos sin la seguridad de si nos íbamos a volver a ver. Por eso, cuando volvía, siempre era un motivo de agradecimiento a Dios y de especial alegría. Yo me dediqué a organizar la casa y a poner en práctica los pocos conocimientos de cocina que tenía . Sin embargo, la cocina no suponía un gran problema, ya que la escasez de alimentos era grande.

Nuestra felicidad como matrimonio aumentó cuando nos enteramos de que nuestra pequeña familia iba a aumentar. En cuanto supe que esperaba a mi primer bebé lo puse bajo la protección de la Virgen. Sin embargo, las alegrías y las tristezas siempre vienen juntas. Las noticias que llegaban, con cuentagotas, de nuestros familiares de Senj y Kotor, no eran buenas. Luka tuvo que sufrir, ya desde el principio de nuestro matrimonio, el dolor por la muerte de su padre y por el asesinato de su hermano sacerdote, don Ivo. Lo mataron los guerrilleros comunistas, junto con otros sacerdotes, en una isla, cerca de Dubrovnik.

A don Ivo la habían intentado matar meses antes apuñalándole en la puerta de la parroquia que atendía en la bahía de Kotor, pero gracias a la rápida acción de un médico local pudo salvar la vida. Después de ese suceso su obispo lo trasladó a Dubrovnik aunque él prefería permanecer en su parroquia al lado de su familia. Los guerrilleros tomaron la ciudad en 1944. Apresaron y ejecutaron a un grupo de sacerdotes entre los que se encontraba el hermano de Luka.

Compartimos el sufrimiento juntos, sin saber que la rueda de los trágicos acontecimientos solo acababa de empezar a rodar. Entre estos sentimientos encontrados, yo me preparaba para recibir a nuestro bebé, fruto de nuestro amor. Con la ayuda de una amiga fui preparando los pañales  la ropita, sin prisas. El nacimiento se esperaba para finales del mes de diciembre.

El bebé se adelantó a la fecha prevista y la inmensa alegría que su llegada al mundo regaló a sus padres vino precedida de una nueva tragedia.

Luka se había librado de la movilización general forzosa por su lamentable estado físico después de su paso por el campo de concentración de la guerrilla comunista, pero su hermano menor, Tripo, no pudo evitarla y un buen día apareció en casa vestido de uniforme militar. A Luka, verlo así le produjo verdadera angustia. Conocía bien a su hermano y sabía que era, como él, un hombre de paz. Tripo quiso quitar hierro al asunto y empezó a hablarle Luka con entusiasmo de sus proyectos de futuro. Le contó que tenía novia y que pensaba casarse en cuanto acabara la guerra y volver a Kotor natal para vivir allí.

A Tripo no le mandaron al frente, sino que empezó a trabajar en intendencia en un cuartel a las afueras de Zagreb, en Nova Ves. Pero una noche de diciembre de 1944 un traidor franqueó el paso a los guerrilleros, que entraron sigilosamente en las barracas y mataron a los soldados mientras dormían.

Al día siguiente, Luka llegó a casa del trabajo y se encontró a Ana llorando. Habían venido a decirle lo que había pasado en el cuartel de Nova Ves. Luka salió de inmediato a buscar a su hermano por los hospitales con la esperanza de encontrarlo entre los pocos que habían sobrevivido, hasta que un médico le dijo claramente que lo mejor que podía hacer era ir al cementerio de Mirogoj a buscar entre los muertos. Cuando llegó, vio un montón de cadáveres apilados unos encima de otros. Miró intensamente buscando el rostro de su hermano y ya se retiraba sin haberlo reconocido, cuando su cuñado Tomislav que le estaba acompañando en esa angustiosa búsqueda el dijo: «Ahí está». Y entonces lo vio, encima de la pila de cuerpos, con los ojos abiertos y un balazo en la frente. Tenía apenas 23 años.
Luka reclamó el cuerpo. No quería para su hermano un entierro militar, sino un funeral civil  y familiar. Él estaba destrozado por el dolor y Ana se encargó de hacer muchas de las gestiones, lo que le supuso correr de un lado a otro y subir y bajar muchas escaleras.

Al funeral asistió una joven que se mostró muy afectada. Luka supuso que era la novia de la que su hermano le había hablado y quiso acercarse a ella pero no pudo y nunca más puso localizarla.

Cuando Luka y Ana volvieron  casa del funeral, Ana estaba muy cansada después de todas las idas y venidas de aquella jornada y se encontró mal. Era el 14 de diciembre. Por la noche empezaron las contracciones y tuvieron que ir a la clínica donde al día siguiente nació su hija causándoles una inmensa alegría en medio de todo aquél dolor.

Transcribo un poema que mi padre dedicó muchos años después a su hermano Tripo en su libro «Retorno»

LA FLOR DE LA ROCA

En la siega de la juventud, amor y paz, una bala en la frente derribó tu vida veinteañera, silenciosa como el murmullo de avemarías de las ancianas en una iglesia de pueblo, fría y oscura.

Nunca viste el mundo fuera de las murallas de la bondad y la belleza, aunque navegabas por todos los mares abiertos a las tempestades y atardeceres sangrientos en los que los puertos lejanos tenían la voz de las sirenas. Tu velabas soñando con el retorno, mientras debajo de las ventanas semiabiertas se abrazaban embriagadas la pasión y la noche.

Para tí los crepúsculos vespertinos después de las lluvias, cuando en medio de las nubes se abría un trozo de cielo, fueron como una brasa gigante entre las cenizas infinitas mojadas por las olas, porque todo te recordaba al hogar, menos los húmedos albergues de los barrios de puertos.

Cuando se vuela por las alturas divinas, como hacías tu soñando con lo que nunca llegaba, ¿qué es el suelo, el mar y la caída, qué la noche adulterada por gritos y matanzas que nadie ya recuerda?

Tu me dijiste, hermano, en uno de nuestros paseos por la montaña mirando una flor humilde en una roca: «Yo soy como el mar de abajo, inmenso amando y como esta flor sin raíces viviendo».

Luka guardó un poco de tierra de la tumba de su hermano y la llevó consigo en su exilio. La guardó siempre junto a él y ahora descansa con él en el cementerio de Pamplona.

 

 

 

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