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En la última entrada que escribí acerca de la historia de mi padre, relaté su huida de Zagreb con la que quedó separado de su mujer Ana Tijan y su hija Elica, de cuatro meses, por lo que todo el mundo creía que serían unas semanas. Pero las cosas se complicaron y mucho.

Él huía porque llegaban al poder los comunistas que le tenían en su lista negra como periodista e intelectual católico que se había negado expresamente a colaborar con ellos por cuestiones de conciencia cuando se lo exigieron mientras estuvo prisionero.

Se entregó a las tropas inglesas, aliadas de los comunistas, porque consideraba que respetarían los derechos humanos de un civil que escapaba por razones de conciencia. Las tropas inglesas le trasladaron con miles de refugiados más a Treviso (Norte de Italia) y le recluyeron en las instalaciones de lo que había sido un campo de concentración.

En una anotación del 26 de mayo de 1945,  hecha en Treviso, afirma:

Las esperanzas de un pronto regreso se han derrumbado. Ni amnistía, ni siquiera una resolución mínimamente tolerante. Nada de lo que pensé que podía suceder se ha producido. La impaciencia, en la que arde el fuego de la mayor prueba para mi alma y mi cuerpo, cada vez me convence más de que hice la mayor de las estupideces en el momento en que partí para iniciar este desgraciado viaje.

La perspectiva de una separación prolongada de su mujer, Ana, y su hija, Elica, se le hace insoportable. Ese mismo día, Luka anota en su diario:

En la pared opuesta al lugar en el que todas las noches me parto los huesos y el alma (los refugiados tenían que dormir sobre el suelo embaldosado de los barracones) dejó escrito algún desconocido prisionero italiano: Ann, la donna dei miei sogni. Leo esas palabras cada momento y me parece que en ellas miro un recuerdo diario en el que reconozco el propio anhelo, el dolor, la separación y el amor.

Luka dice que no le cuestan tanto las incomodidades y el hambre como la separación y la incertidumbre por su familia. Por el campo corren noticias inquietantes que propagan algunos refugiados que tienen acceso a Radio Zagreb que hablaban de encarcelamientos y deportaciones. Y añora lo feliz que podía haber sido con su querida Ana.

¡De qué manera la vida se convierte en un atroz y poderoso verdugo! Emprendimos los días en los que tanto soñamos que llenaron nuestros corazones con la ilusión de una felicidad que se iba a dilatar en tantas alegrías futuras, pero de ellas ahora sólo tenemos amargura y miseria. Si el hombre no estuviera empapado en tanto odio,  si no lo hubiera estado nunca (porque el odio no puede cosechar amor y misericordia), estos días hubieran sido para nosotros un regalo del cielo. Pero quizá el Señor desea hacernos pasar por una dura prueba más para que podamos presentarnos enteramente limpios en su presencia.

Más adelante, Luka explica que los universitarios del campo de refugiados mantuvieron una reunión en la que les dijeron que había un rumor según el cual los ingleses dejarían libres a los que tuvieran medios económicos para sostenerse o un trabajo.

A mí no me sería posible acogerme a esa oferta de cuya veracidad dudo -dice- porque ni conozco el idioma, ni tengo un céntimo y «homo sine paecunia est imago mortis».

En estas condiciones, prefiere atenerse a su plan:

En cualquier caso me gustaría no alejarme de Croacia, mantenerme en las proximidades de la frontera de Yugoslavia y, o bien pasar yo esa frontera, o hacer posible que Ana la pase.

Y mientras me entusiasmo con estos planes y con la imaginación contemplo el feliz final a esta miseria, mi mirada se detiene en la pared opuesta donde una mano torpe escribió cuidadosamente Ann, la donna dei miei sogni!

 

En la foto, Luka con otros refugiados en el campo de Treviso en 1945

 

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