
Luka Brajnović no permaneció inactivo en el campo de refugiados de Treviso donde fue internado tras su huida de Zagreb. Ya el 3 de junio de 1945, menos de un mes después de su precipitada fuga, anota en su diario que lleva ya días estudiando italiano para poder salir de ahí, siempre pensando en su plan de escapar, cruzar la frontera de Yugoslavia y volver a Croacia a reunirse con su mujer Ana y su hija Elica.
De hecho, ese mismo día se aventuró a salir del campo y visitar la ciudad de Treviso, muy castigada por los bombardeos aliados. Siempre con la mirada atenta del periodista que lleva dentro le llaman la atención la destrucción que ve por las calles, el atuendo de los ciudadanos, pobre pero digno, los vehículos, en su mayoría de dos ruedas y los carteles pegados por todas partes.
Muchas superficies de piedra centenaria están cubiertas de carteles de unos 20 partidos y sobre todos domina el partido comunista. En las calles principales no hay, por así decirlo, escaparate que no tenga pegado un cartel, un volante, una proclamación o una esquela de algún miembro del partido fallecido. Estas esquelas empiezan, naturalmente con una cruz (¡Italianos!) y terminan con las siglas R.I.P.
En conjunto la situación de la ciudad le parece muy triste
Entró en la catedral, afectada también por los bombardeos y se detuvo a ver un hermoso cuadro que le pareció del barroco. vio a un sacristán y le preguntó si podía decirle de quién era, pero el viejo dijo que no tenía ni idea. Era probablemente La Anunciación de Tizziano, que está allí. En su lugar el anciano le dijo que se fijara más bien en los cuadros del Via Crucis de escuela veneciana.
También visitó otra iglesia derruida, la de Santa Inés, donde hay unos frescos del siglo XIII, y un teatro antes de ir al palacio arzobispal con un objetivo: conseguir la ayuda del obispo para enviar un mensaje a un monseñor croata de la que le podría ayudar a reunirse con Ana.
Me recibió el secretario del obispo como cuando un rico joyero recibe a un pordiosero que quiere comprar. Después de un cuarto de hora de explicaciones conseguí decirle lo que quería. El secretario me dijo que el lunes volviera con la carta y yo me fui.
Pero no había ni pasado el umbral de la recámara, cuando el reverendo se ocupó de que mi salida fuera acompañada por unas desdeñosas palabras sobre mi dirigidas a un hermano sacerdote.
En aquél momento me acordé de que me había dicho que el obispo tenía audiencias y que yo me había presentado con un inadecuado, muy inadecuado traje. (Luka llevaba lo mejor que tenía estropeado por los rigores de la vida en el campo de refugiados).
Y aún algo más. Me acordé de que soy Croata. Y ese joven señor, tan cerca de su cómoda y despreocupada posición, ni se imagina que yo he aprendido a honrar a los sacerdotes ante todo como siervos de Dios, que mi hermano sacerdote, (sacerdote en el verdadero sentido de la palabra), murió como verdadero defensor de Cristo, que mi familia, mi querida Ana y todos los míos están en estos momentos crucificados en sufrimiento y dolor sólo porque nunca hemos querido ni deseado negar el verdadero sentido de ese crucifijo de madera de nuestros altares.
Luka se sintió humillado, sobre todo porque, donde menos se lo esperaba, se encontró con que le juzgaron por la apariencia.
Aunque haya que soportar humillaciones cien veces peores y mayores, lo haré, porque esta carta la envío en el más grande convencimiento de que así ayudaré a mi más querido ideal en la tierra, mi amor, mi querida Ana. Sólo ella me comprende. Solo ella me quiere con un amor de belleza perpetua y de inescrutable secreto. ¿Por qué va a ser extraño que todos mis sufrimientos los consagre a su bien y a nuestra felicidad?.
(en la foto la catedral de Treviso en la actualidad)