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Luka Brajnović , en Kotor, cuando tenía dieciséis años.

El 13 de enero de 1919 nació en Kotor Luka Brajnović en el seno de una familia de larga tradición de navegantes. Probó suerte en la mar con una travesía en el barco de un tío suyo capitán de navío, pero finalmente se decidió por su vocación literaria y periodística que tantos frutos dio. 

Hoy hubiera sido su cumpleaños. Para celebrarlo, voy a hacer un pequeño homenaje a su alma mediterránea y su vocación marinera. Haré un paréntesis, daré un salto atrás en el relato cronológico de su historia y trataré de contar sus aventuras juveniles en la mar, entresacando párrafos de su libro inédito Gloria y Tragedia del Mediterráneo.

Mi madre -cuenta Luka Brajnović- procedía de un linaje cuyos miembros varones – desde el siglo XIII, según viejos papeles que guardábamos en casa, habían sido navegantes. Y cuando yo cumplí diecisiete años – terminaba el bachillerato – su único hermano desapareció en el Cantábrico con su barco, cerca de las costas francesas. Pese a este hecho, al volver de los funerales, propuse a mis padres continuar la tradición de la familia.

A su madre le pareció una idea inexplicable, sobre todo por la clara inclinación de Luka hacia la literatura y el periodismo, pero su padre le dijo que hiciera lo que tuviera en mente. Luka sabía algo de la mar porque se pasaba los veranos navegando en un velero con su padre por el Adriático, pero no tenía ninguna experiencia de lo que era trabajar en un crucero. La oportunidad surgió ese mismo verano.

Llegó a nuestra casa un primo hermano de mi madre, hombre de unos cuarenta años, muy alegre y elocuente, y propuso que me embarcara en su nave para ver -como dijo- quién tiene más fuerza: la mar o las letras

Había que decidir rápidamente, porque el barco se encontraba anclado en el puerto, procedente de Trieste con un grupo de alemanes y checos y estaba a punto de zarpar hacia el Mediterráneo oriental.

Embarqué como un viajero más, aunque el capitán, por muy pariente mío que fuera, quiso que trabajara como grumete para ganarme el pasaje y vivir la vida de marinero

Luka describe con todo detalle la salida de su hermosa Bahía de Kotor desde el puente de mando del barco, junto a su tío el capitán, que se transformó repentinamente en un hombre adusto y silencioso. Explica en su libro la historia secular de cada rincón incluida la villa de Hercegnovi (Castillo Nuevo) cuya historia tiene mucho que ver con los españoles aunque sea totalmente desconocida para ellos.

En 1538 la conquistaron los españoles del capitán Ferrant Gonzaga,  arrancándola de las manos del famoso almirante turco Hayredin (Kair AdDin), conocido en la historia bajo el sobrenombre de Barbarroja. Encima de la villa se encuentra todavía una fortaleza-castillo denominada Spanjola (Española) en recuerdo de aquella batalla y aquella conquista. No es más que un recuerdo. Porque un año después de la conquista, los turcos entraron en la ciudad tras una lucha sangrienta y desigual, en la que cayeron todos los componentes de la reducida guarnición española. Esta batalla, como tantas otras, habría quedado en el olvido si un día de otoño de 1540 Don García de Toledo no hubiese visitado Boka Kotorska, de nuevo liberada, con su nave real.

Un poeta italiano de la corte que viajaba en el navío quedó impresionado por las hazañas y la tragedia final de los españoles de Hercegnovi y las describió en una serie de poemas con lo que quedó constancia escrita de lo sucedido en ese recóndito lugar de la costa mediterránea.

El contramaestre

Al salir a mar abierto se acabaron las contemplaciones. El capitán hizo llamar al contramaestre. Un hombre al que todos los tripulantes llamaban el abuelo.

A mi sobrino – dijo al llegar el viejo marino, mirándome a mí con una sonrisa burlona en los labios como para recordarme nuestro «pacto» – no le gusta mirar como trabajan los demás sin hacer nada por su parte. Estará bajo sus órdenes.

Era un hombre más grueso que fuerte y casi un anciano. En su mirada vagabundeaba algo parecido a la tristeza, que desaparecía únicamente cuando se refería a sus recuerdos y a sus aventuras. Me miraba como si quisiera decirme: «no intentes descifrar mi vida, sino el tiempo que rodea mis años. Yo seré tu acompañante y tu el mío. Los demás no importan».

El contramaestre le empleó para fregar la cubierta y otros menesteres similares y le prohibió hablar con los pasajeros, pero luego le recompensaba «sobradamente» llevándole a proa y contándole historias de su vida pasada que al joven Luka le parecían fantásticas pero muy interesantes

Sus temas preferidos eran las explicaciones que me daba sobre las tierras que veíamos desde el barco. Y cuando a nuestro alrededor no veíamos mas que la mar y sus olas, historias sobre navegaciones, piraterías y guerras.

Era uno de aquellos hombres mediterráneos que poseía una sorprendente cultura y facilidad de expresión, aunque no hubiera frecuentado jamás escuela alguna. Leía mucho y, como decía él mismo, vivía intensamente.

Del viaje destaca tres circunstancias:

La impresión que dejó en mi el museo de Alejandría, la navegación entre las islas del Egeo y el recuerdo de la Constantinopla bizantina en medio del bullicio de la Estambul turca.

Ni el mar de fondo que me inspiró miedo en la noche en que dejábamos las costas del Peloponeso en dirección a Egipto, ni las apasionantes leyendas de las islas griegas, ni la  Acrópolis, el Partenón o los Propileos atenienses me impresionaron tanto como aquellas tres vivencias. Quizá porque ya sabía de antes que es un mar furioso, la tempestad y el miedo y qué representan y cómo son las ruinas helénicas. Pero de aquellas tres situaciones tenía unas referencias muy incompletas y bastante diferentes a la realidad que luego experimenté.

Los desertores

No faltó un punto de aventura.

Estando en Alejandría con el contramaestre junto a la columna de Pompeyo, se les acercaron tres hombres que Luka tomó por mendigos árabes.

Pero el contramaestre se dirigió a ellos sin más preámbulos en italiano:

-¿Que queréis?

No sé cómo acertó. realmente eran italianos: un calabrés pequeño y dos giulianos de un aspecto distinguido a pesar de su vestimenta. Habían desertado de sus unidades que unos ocho meses antes habían iniciado la conquista de Abisinia. Se quejaban de la guerra y de la disciplina, de África y de sus estrategas.

El escenario político del fascismo italiano se parecía entonces más a una opereta sangrienta que a un volcán que fuera a producir terremotos en el Mediterráneo. Mussolini apareció con sus «camisas negras» en el tablero crujiente del teatro itálico con un equipo de actores políticos desprovistos de talento y con unos ejércitos que se resistían a morir «por la patria» en lejanas tierras.

No pudimos ayudar mucho a los tres desertores que maldecían la guerra y su caudillo. Les quisimos dar unas monedas. Las rechazaron como se rechaza un insulto. Pedían mucho, muchísimo más: entrar clandestinamente en nuestro barco para llegar a Esmirna, donde un pariente del calabrés tenía un negocio. El contramaestre dijo que no.  Pero luego se llevó aparte al pequeño desertor. Juzgando por la gesticulación de los dos me pareció que discutían o reñían.

Si de mi hubiera dependido les habría ayudado saltando por encima de todas las normas, códigos o leyes que, por más necesarias que sean, a veces atrapan injustamente a los hombres. Y así ocurre que una ley humana en circunstancias especiales imprevistas se convierte en algo tan frío como la muerte, en algo tan inhumano que humilla la caridad.

Me impresionó la situación, la tristeza y la soledad de esos hombres. Se quedaron al pie de la columna de Pompeyo, bajo la sombra de un árbol agrietado quizás por un rayo, como protegiéndose del sol de una mañana calurosa y extrañamente muda.

-Pobres hombres, dije sólo como un reproche para expresar lo que sentía – quién sabe desde cuándo buscan una salvación. ¿qué harán de ellos si los cogen?

El contramaestre me miró un instante con una dureza disimulada. Dijo:

-El mundo es así: quien quiere vivir como hombre necesita ser libre y quien reclama la libertad muestra que no la tiene. Quien tiene libertad es un rebelde y a los rebeldes se los llevan a la cárcel.

La sentencia me pareció monstruosa, pero me acordé de ella muchas veces más tarde, cuando me tocó convertirme a mi vez en un prisionero y en un rebelde.

Un plan

En realidad el contramaestre había hecho un plan con el calabrés para introducir a los tres desertores como polizones en el barco y compartió el secreto con Luka.

Todo parecía ir como la seda hasta que un oficial del barco los descubrió y notificó al capitán de su presencia. El capitán los encerró en un camarote contiguo al que ocupaban Luka y el contramaestre, donde los marineros guardaban sus trastos y dijo que os entregaría a las autoridades italianas en Rodas.

Me figuraba que estarían desesperados y me disponía a ayudarles como sea. teniendo cuidado de que no me viera nadie entré en el camarote-prisión. Mi sorpresa fue de desilusión al encontrarles en compañía del «abuelo» y de dos marineros mas, charlando alegremente y jugando a las cartas.

seguramente han planeado algo perfecto para evitar que sean entregados a las autoridades de Rodas , pensé.

El futuro viene hacia nosotros a medida que nosotros vamos a su encuentro – me dijo el elocuente y vivaz calabrés. Hasta que no se aclare nuestro caso pasarán varias semanas, entre tanto pueden ocurrir muchas cosas.

A Luka le pareció una actitud de resignación inactiva y les propuso un plan

Me ofrecí para simular un accidente al entrar en el puerto. Estaba dispuesto a dejarme caer al mar y atraer así la atención del capitán y de la tripulación , para que los tres desertores italianos tuvieran tiempo de huir o esconderse en otro lugar. Me agradecieron las buenas intenciones, pero prefirieron esperar los acontecimientos según se produjeran. Y tenían razón, porque el capitán se «olvidó» de ellos mientras nos encontrábamos en Rodas y no les entregó a las autoridades italianas, sino que les desembarcó más tarde en Esmirna, como fue su deseo.

Pronto las tornas cambiaron para mal.

Pocos años después me acordaba de todo aquél episodio con un profundo reproche en el alma. Esto fue durante los días en que el ejército italiano había ocupado casi toda la costa croata. Y entre mucha gente civil me llevaron a mi también como prisionero a un buque de guerra que se encontraba anclado en la Bahía de Kotor. De ahí escapé una noche oscura y lluviosa nadando. Pero mi tío, a quien cogieron en la misma redada, fue conducido con los demás prisioneros a Treviso donde murió en el campo de concentración. Con la guerra habían cambiado los sentimientos humanos.

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