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En mayo de 1943, Luka Brajnović fue trasladado desde el campo de prisioneros de Kamensko al de Vrhovine a pie, un camino que se le hizo especialmente costoso porque se encontraba muy debilitado, llovía insistentemente y él había perdido los zapatos por lo que iba caminando descalzo por el monte.

Estábamos ya famélicos como para soportar todas las durezas del camino. Mi abrigo se llenó de agua y pesaba el triple de lo normal. Uno de los prisioneros continuamente me hacía fijarme en el entorno. Y realmente valía la pena contemplar como abajo, alrededor de los acantilados verticales en cuya cima descansaba un claro verdor, corría una franja de tierra rojiza envuelta en bancos de niebla casi transparente que parecían el humo de un enorme y magnífico fuego. Si Dante hubiera podido observar esa belleza no hubiera podido describir mejor…el Infierno.

El joven prisionero tuvo que caminar arrastrando los pies bajo el peso de su abrigo hasta que llegó a Vrhovine

Si no me llegan a ayudar, cualquiera sabe dónde me hubiera quedado completamente agotado.

Finalmente alcanzaron su destino:

Llegamos a un edificio y nos tiramos en el suelo. Yo no puedo ni moverme.

Según cuenta en su diario se quedó dormido allí mismo hasta el día siguiente, en que se despertó dispuesto a todo y descubrió que sus condiciones de vida habían cambiado. Había varias barracas, más espacio para los prisioneros y ciertas condiciones higiénicas.

La comida es mejor y el pan tiene más sustancia

Pero su estancia allí duró poco tiempo. Unos días después de llegar, un avión italiano lanzó once bombas a menos de cien metros de las barracas.

La onda expansiva me lanzó de un extremo al otro de la habitación y al mismo tiempo estallaron los cristales y los tabiques de madera.

El caos que siguió al bombardeo le abrió la puerta a la huida

Mi esperanza se convierte en impaciencia

Finalmente se internó en el bosque con otro prisionero para intentar llegar caminando a Josipdol, una ciudad que no estaba en manos de los guerrilleros, situada a unos 80 kilómetros de donde se encontraban. Todo ese camino lo hizo descalzo. El viaje no estaba exento de peligros porque los dos fugitivos sabían que en los bosques podían encontrar guerrilleros comunistas, guerrilleros ultranacionalistas serbios o “četinks”, paramilitares de ultraderecha croatas o “ustašas” y soldados del régimen fascista italiano, tal era el caos de la zona.

Oigo cada crujido, cada brizna de aire. El bosque me parece espeluznante y lleno de ojos que nos acechan con odio. Pero el deseo del regreso nos empuja hacia adelante.

Conforme se fueron alejando de la zona de combate y acercando a Josipdol, Luka empezó a sentir experiencias que creía olvidadas

La primavera ha teñido la tierra con los más hermosos colores.  Todo florece, todo se alegra, el aire es tranquilo y puro. Uno no sabe si es sueño o realidad. No se siente ya el humo de las casas incendiadas ni el ruido de las explosiones y las bombas . Paz, paz y paz…

En Josipdol se separó de su compañero de huida y se fue andando a Karlovac, la ciudad más importante de la zona, desde donde llamó por teléfono a su periódico para que le identifiquen y evitar así ser encarcelado ya que estaba indocumentado. Muchos le habían dado por muerto. La sorpresa fue mayúscula.

En cuanto consiguió el visado de Zagreb, Luka se fue a la estación para regresar a la capital de Croacia. Allí le esperaba otra prueba: volver a montarse en un tren después de lo que le había pasado en su anterior viaje.

En cuanto vi el tren tuve una sensación muy enfermiza. Todo el viaje estuve asustado porque aquella primera experiencia me había dejado la profunda huella del horror y la amargura. Y sólo cuando entré en la estación de Zagreb me calmé, entretenido con el pensamiento de a quién iba a ver primero.

En el andén le esperaban Ana Tijan, sus hermanos Tripo y María y sus amigos Alfieri y Morgenstern.

Ana me vio antes que yo la viera a ella. Corrió hacia mí y me besó. A pesar de que estaba agotado, sentí aquél beso como un regalo de felicidad, misericordia y amor, como para saltar de alegría. Y esa felicidad mía la completaba la alegría de mis hermanos que me miraban como quien mira a un muerto que ha resucitado.

La boda

Cuando Luka salió de los campos de concentración de los guerrilleros comunistas pesaba 38 kilos. Le costó meses recuperarse física y anímicamente. Eso le sirvió para librarse de la movilización forzosa que llevó a cabo el gobierno de su país por esas fechas en la que fue declarado inútil.

Luka y Ana decidieron casarse, aunque sus familias no podían conocerse debido a la imposibilidad de viajar a causa de la situación de guerra, que se complicaba cada vez más. Luka pidió la mano de Ana a su hermano mayor, Pablo y el 23 de noviembre de 1943, día de Santa Cecilia se casaron en medio de un bombardeo aliado sobre Zagreb. Luka recuerda que mientras ellos avanzaban por la iglesia de los franciscanos de la Ciudad Alta, un Franciscano inasequible al desaliento tocaba con entusiasmo la marcha nupcial al órgano, pero ellos solo podían oír la música intermitentemente por el estruendo de las bombas que caían intentando destruir los puentes sobre el río Sava.

Su «viaje de novios» consistió en subir a oscuras las escaleras del edificio agrietado por un reciente bombardeo hasta llegar al ático que iba a ser su hogar.

Ana Tijan explica el por qué de casarse en plena guerra:

Los peligros unen, el amor es mas sincero, el egoísmo desaparece. solo se piensa en el bien del otro. no hay exigencias o caprichos personales, solo el deseo de compartir la vida…o la muerte. La muerte, que en esa situación siempre está presente, se convierte en algo habitual en la vida diaria. Uno tiene que estar siempre preparado. Lejos de desearla, la muerte se acepta si llega. Las oraciones son mas sinceras, mas directas. mas profundas.

Unos meses más tarde, el gobierno pro fascista le cerró a Luka el periódico que dirigía en desacuerdo con su línea editorial, especialmente porque publicaba las exhortaciones de Pio XII y del Cardenal Stepinac contra el racismo y contra la persecución de los judíos. Esto le dejó sin medios de subsistencia.

El joven matrimonio pronto tuvo la alegría de conocer que Ana estaba esperando su primer hijo. Cuando estaba en los últimos meses de su gestación a finales de 1944, a Luka empezaron a llegarle terribles noticias desde su casa en Kotor: El fallecimiento de su padre y el asesinato de su hermano Ivo, sacerdote, ejecutado por las guerrillas comunistas en la isla de Daks, frente a Dubrovnik. Todavía no se había recuperado de esos golpes cuando su hermano pequeño, Tripo, que no se había podido librar de la movilización general de 1943 y trabajaba en intendencia, fue asesinado en su cuartel de las afueras de Zagreb de un tiro en la cabeza mientras dormía, al igual que todos sus compañeros.

Luka tuvo que ir de hospital en hospital, de morgue en morgue a reconocer su cadáver. Lo encontró en medio de un montón de cuerpos con los ojos abiertos con la mirada congelada mirándole fijamente como preguntándole ¿por qué a mi?. Reclamó el cadáver de su hermano porque no quería que le hiciesen un funeral militar por parte de un ejército con el que no estaba de acuerdo. Organizó un entierro civil y un funeral en la intimidad familiar. Ana y su hermano Tomica se encargaron de muchas de las gestiones. El entierro tuvo lugar el 14 de diciembre. Todos volvieron a casa exhaustos y vapuleados por el dolor.

Esa noche Ana se puso de parto. El día 15 de diciembre de 1944 nació Elica. Cuando Luka la sostuvo en sus brazos por primera vez y sonrió, la alegría de la vida y el dolor de la muerte quedaron para siempre unidos de una forma muy especial en su vida.

En mayo de 1945 la Segunda Guerra Mundial tocaba a su fin, pero la situación en Croacia era muy compleja. Las esperanzas de un desembarco aliado que liberara los territorios se habían desvanecido hacía tiempo y lo único que llegaban eran continuos bombardeos para amparar el avance de las fuerzas comunistas de Tito, que apenas encontraban resistencia. Y los comunistas anunciaban entre otras cosas que iban a matar a los intelectuales católicos, entre los que se encontraba en un lugar destacado Luka Brajnović, quien además acababa de escaparse de un campo de prisioneros de la misma guerrilla que ahora sitiaba la capital croata. Su vida estaba en serio peligro.

 

Luka y Ana estaban asustados y preocupados. Especialmente angustiados por su hija Elica, que no había cumplido los cinco meses. En Zagreb imperaba el desgobierno total. Era el momento propicio para los ajustes de cuentas y las venganzas que quedarían impunes.

“Mientras que por toda Europa repicaban con alegría las campanas anunciando el fin de la guerra, a nosotros nos sonaban a tragedia y a muerte”, escribe Ana en sus apuntes.

Un día los hermanos de Ana propusieron a Luka un plan: cruzar la frontera y esperar en Austria a que pasara la entrada de los comunistas, se firmaran los tratados de paz y se calmaran las cosas. Ellos pensaban que en unos meses estarían de vuelta. El viaje era muy peligroso. Ana recuerda en sus apuntes esos momentos tan duros:

¿Y nosotros dos, Luka y yo? ¿Qué hacer en una situación tan grave? ¿salir o quedarnos? Para tomar la decisión definitiva influyeron mis hermanos: Pablo, el mayor, que tenía a su disposición un coche, Viktor y Tomislav, el mas pequeño que por entonces tenía 20 años. Los tres aconsejaron a mi marido que huyera con ellos. Pero ¿y yo?. Yo tenía motivos más que sobrados para no quedarme, pero mi responsabilidad como madre me aconsejaba no poner en peligro la vida de una niña de cuatro meses. Decidí quedarme. Ese momento, en el que tomamos esa decisión, fue extremadamente difícil.

Era el 6 de mayo de 1945. Conseguí preparar rápidamente una pequeña maleta para Luka, con una manta. Intercambiamos nuestros rosarios y fotos. Nos dimos un fugaz beso y abrazo, me despedí de mis hermanos. Todos estábamos convencidos, menos Luka, de que aquella separación iba a durar como máximo 3 o 4 meses. Aún tuve tiempo de dedicarle a mi marido una fotografía mía con la pequeña en la que le puse: “Te quiero y siempre te querré ocurra lo que ocurra. Tuya. Ana. Muchos besos de tu pequeña Elica. 6-V-1945”. Nunca pensé que aquella fotografía se iba a convertir en un instrumento para él durante los largos años de nuestra forzosa separación, para mantener la fe en nuestro amor y en nuestra mutua fidelidad.

Los tratados de paz fueron como fueron, se creó una nueva Yugoslavia, se instauró una dictadura comunista. Luka no pudo volver y a Ana no le permitían salir. La separación duró doce años.

Una marea humana salía de Croacia hacia Eslovenia para llegar a la frontera con Austria al encuentro de las tropas inglesas, huyendo de las fuerzas comunistas, cuando Luka Brajnović emprendió ese viaje desde Zagreb con sus tres cuñados el 6 de mayo de 1945 hasta llegar a Krumpendorf.

Luka cuenta en su diario que apenas inició el viaje se arrepintió de haberlo hecho. No podía dejar de pensar en Ana y en su hija de cuatro meses, Elica, que se habían quedado atrás esperándole.

Cuando se habían alejado unos pocos kilómetros de la ciudad tuvieron un accidente. Chocaron contra un camión y su coche se averió. Tuvieron que hacerse a un lado para no entorpecer la marcha de la inmensa columna de vehículos de todo tipo y de gente a pie que se dirigían al norte. Terminaron empujando el coche a lo largo de un kilómetro, hasta que encontraron un taller. Era de noche. A Luka le entró la esperanza de que se quedaran sin medio de transporte y no tuvieran más remedio que volver a Zagreb.

Pero sobre las once oyeron varias explosiones y vieron el resplandor de las llamas sobre el cielo de la ciudad. El camino de vuelta estaba cortado. La angustia por la suerte de Ana y la pequeña Elica se apoderó de Luka.

Después de pasar toda la noche arreglando el coche, reanudaron la marcha, camino de Eslovenia, para pasar a Austria hasta llegar al campo de Krumpendorf donde estaban las tropas inglesas.

Allí estuvieron varios días como prisioneros con gente de todo tipo. Desde algunos indeseables dirigentes del régimen derrocado que se fugaban con todo lo que habían podido saquear, pasando por reclutas movilizados a la fuerza a última hora que sólo querían deshacerse del uniforme y volver a casa, hasta una mayoría de civiles que simplemente huían de la guerrilla comunista como era el caso de Luka y sus cuñados. Se corrían todo tipo de rumores: desde que les iban a llevar al Tirol hasta que irían al sur de Italia. Finalmente,  tras identificarles, los soldados ingleses les organizaron en grupos de 40 en fondo para meterles en un tren de mercancías con destino a Udine, en Italia, donde pasaron la noche para continuar viaje hacia Treviso, una ciudad junto a la que había un antiguo campo de concentración en el que quedaron recluidos con estatuto de refugiados pero sin derecho a salir de ahí. Luka veía con horror cómo la situación le alejaba cada vez más de Ana. Así expresaba sus sentimientos en Krumpendorf, antes de partir para Italia:

Amo a mi mujer como el moribundo ama la vida, como el alma del asceta anhela el cielo y la paz,(…) ¿Puede florecer el amor entre las malas hierbas del odio sin ser destrozado por el dolor?. La separación sumergió nuestro sueño, nuestra vida en las profundidades insondables del peligro, la incertidumbre y el sufrimiento. ¿Puede haber un padecimiento más duro? Los sufrimientos más repugnantes que me pudiera causar la policía son un ideal inalcanzable en comparación con esta prueba en la que mil veces me fusilan el alma que no puede morir.

Existe un remedio: la confianza en la ayuda de Dios y la protección de la Virgen de Fátima. Y -la eterna amiga del dolor- la esperanza.

Aún no se han asentado en mí todas las impresiones de estos días. Los paisajes han quedado atrás y yo he estado ciego a su belleza. Existe una belleza. Que es más hermosa que todas las bellezas. Es la persona amada. Y el destino, con cruda violencia me robó la persona que adoro, me arrancó del abrazo de mi mujer y de la niña…

En su diario describe su preocupación por lo que pueda estar pasando a Ana y se la imagina en las más duras situaciones. Unos días más tarde, ya en Treviso escribe angustiado que una refugiada le ha dicho que en Zagreb han declarado criminales de guerra a los parientes de los fugitivos. La sola idea de que algo le pueda pasar a Ana por su culpa le desasosiega enormemente:

Mi vida  no tiene valor ni como para que mi maravillosa mujer sufra por ella el roce de una aguja, así que ¡qué diré de los mayores sufrimientos! Virgen de Fátima ayúdala a ella y a mí y protégenos de todo mal, rezo sin cesar.  Y en el fondo siento que este pensamiento (que Ana sufra por mi culpa) nunca desaparecerá de mi cerebro, que siempre me va a estar matando y que no podré conservar mis pobres fuerzas dispersas en innumerables sufrimientos del alma mas que por un poco de tiempo, poco. Y si mi cuerpo desmayase y se convirtiera en cadáver, que haya un alma buena que entregue estos escritos a mi mujer.  De ella he recibido la riqueza, más bien el lujo  del amor y el dolor y me gustaría que al menos un harapo de ese lujo lo entreleyera de estas líneas.

Por su parte Ana se había quedado sola con la pequeña en Zagreb. Así recuerda en sus apuntes lo que vivió:

Es realmente espantoso presenciar el cambio de toda una sociedad en tan solo pocas horas. Todo lo que nos era conocido desapareció y lo nuevo no ofrecía nada bueno. Por las calles deambulaban elementos peligrosos. Cualquiera podía dar rienda suelta a sus instintos más bajos: asaltar, robar, matar, violar. Zagreb se convirtió en una ciudad sin ley, en el botín de guerra de los vencedores. Vae victis! Al mismo tiempo, aquellos que se habían marchado alegremente, para entregarse a las tropas aliadas con la esperanza de volver pronto, se encontraron con la realidad más dramática posible. Habían abandonado el país miles y miles de jóvenes, mayores, niños, familias enteras, civiles y militares. Unos encontraron la muerte antes de llegar a Eslovenia; otros, en Austria, en Bleiburg, lugar tristemente conocido por la masiva aniquilación de miles de refugiados.(…) Los que pudieron salvarse de la matanza, fueron enviados a los campos de refugiados de Italia o entregados a las tropas de Tito. Estos últimos tuvieron peor suerte ya que tuvieron que volver andando desde Austria, pasando por toda Eslovenia hasta llegar a Zagreb, exhaustos, descalzos, rotos de dolor y de sufrimiento. Cada vez que llegaba un grupo así, salíamos a la calle para buscar, en las columnas de seres medio? muertos, a algún conocido o algún familiar. Muchos habían perdido la vida por el camino y esos esqueletos andantes nos daban una idea de lo que podía haber ocurrido con los demás. Procurábamos conseguir alguna información sobre nuestros seres queridos, pero los soldados nos lo impedían. Al final , tuvimos que desistir de nuestro empeño por la seguridad de los prisioneros y la nuestra propia. De alguna forma, nosotros también éramos prisioneros. Personalmente, fui a cualquier lugar donde pensaba que podía obtener alguna información. El método de búsqueda, no solo mío, era ir de un campo de concentración a otro, de una cárcel a otra, dejando cestas de comida para las personas que se buscaban. Si la cesta era recibida, indicaba que la persona estaba viva. Si no, significaba que o no estaba encarcelada o no estaba viva. En mi caso, el resultado siempre fue negativo, lo que aumentaba mi angustia e incertidumbre.

Aquí aparece Luka esperando, un poco apartado de otros fugitivos en Udine (Norte de Italia) esperando a ser trasladado a un campo de refugiados, En su poema «La primera mañana del exilio» describe lo que sentía en esos momentos.

Las tropas inglesas le trasladaron con miles de refugiados más a Treviso (Norte de Italia) y le recluyeron en las instalaciones de lo que había sido un campo de concentración de los fascistas italianos.

En una anotación del 26 de mayo de 1945,  hecha en Treviso, afirma:

Las esperanzas de un pronto regreso se han derrumbado. Ni amnistía, ni siquiera una resolución mínimamente tolerante. Nada de lo que pensé que podía suceder se ha producido. La impaciencia, en la que arde el fuego de la mayor prueba para mi alma y mi cuerpo, cada vez me convence más de que hice la mayor de las estupideces en el momento en que partí para iniciar este desgraciado viaje.

La perspectiva de una separación prolongada de su mujer, Ana, y su hija, Elica, se le hace insoportable y empieza a hacer planes para regresar o sacar de Croacia a Ana y a la niña. Pero de momento, todo son sueños imposibles de hacer realidad.

En el campo de Treviso, donde está tomada esta fotografía, Luka fue registrado como un número en la masa de los D.P. (Displaced Persons). Pronto empezó a haber movimiento entre los recluidos. Se rumoreaba que les trasladarían al sur , quizá a Bari en la costa adriática.  Luka sueña con la posibilidad de que les devuelvan a Croacia.

Luka se sorprende de que un compañero de cautiverio que como él tiene a su mujer en Croacia esté pensando en emigrar a América. Él sigue aferrado a su plan: esperar al tratado de paz y dependiendo de su resultado tratar de volver a Croacia  o tratar de sacar de allí a Ana y a la niña, pero en ningún caso alejarse de ellas.

No permanece inactivo. Estudia italiano para tener más posibilidades de huir y procura buscarse influencias. Un día se aventuró a pedir ayuda al obispo de Treviso intentando solicitar que hiciera llegar una carta a un monseñor croata residente en Roma, pero el secretario del prelado, la ver su aspecto (aunque iba con su mejor traje se notaban los rigores de su vida de refugiado) le trató con desprecio y no le dio acceso a una audiencia.

La sombra de la censura

En Treviso tuvo un encuentro que no le gustó nada. Se topó con el que había sido jefe de la censura del régimen derrocado.

¿Estudia usted las costumbres de estas personas para que al volver a casa pueda escribir sobre ellas? – le dijo.

Luka no salía de su asombro, pero mantuvo la calma

No sé si es absurdo lo que voy a decir, pero me parece que es más fácil escuchar estupideces y no volverse loco en circunstancias normales que en circunstancias como éstas cuando uno está tan sensible a todo y sin capacidad de reacción.

Y es que su interlocutor había sido responsable de graves quebraderos de cabeza para Luka en los cuatro años que duró el régimen político que derivó en una alianza profascista. Unos años en los que según Luka

Oficialmente no se dijeron ni cien mil palabras inteligentes y vivíamos  y nos surtíamos  de los rumores y a menudo de los rumores amenazados. Si uno trataba de decir algo inteligente (y hablo por experiencia propia), como a menudo lo intentábamos en “La Vanguardia Croata”, aparecía el rayo destructor amenazando con la carretera de Sava (la cárcel) o Jasenovac (campo de concentración) atraído sádicamente no sólo por párrafos y artículos sino por páginas enteras. No sé si en toda esa época alguno de mis artículos salió sin censurar. Creo que no he vivido esa experiencia.

A Luka, escuchar a su censor animarle a escribir, le pareció cuando menos surrealista en medio de la terrible experiencia que estaba viviendo

En esta desgracia en la que vivo en la que uno se tiene que contentar con la limosna y la humillación, creo que tengo derecho a no escuchar estupideces. Por eso quiero mantenerme a cierta distancia de determinadas personas.

No es por eso extraño que me enfade cuando alguien se entromete en la conversación e impone la fraseología que utilizaba cuando era “el poder y el honor”.

Con Dujmović terminé enseguida ya que afortunadamente aquí no se puede ofender.

El 4 de junio de 1945 montaron a Luka en un camión con decenas de refugiados y comenzó su periplo hacia el sur de Italia. En el camino pudo ver los horrores que había dejado la guerra en el paisaje de Italia donde poblaciones, ciudades enteras habían quedado arrasadas por los bombardeos. De su alma sale un grito: «¡No mas guerras!». En la foto tropas inglesas entrando en Argenta, cerca de Padua.

A la vista de tanta destrucción, Luka reflexiona sobre lo que define como el salvajismo de la civilización moderna. Su camino le lleva por la ruta de Treviso – Magliano – Mestre – Padua – Rovigo – Ferrara – Bolonia.

El 5 de junio, el convoy de camiones que les llevaba se detuvo en una especie de caballerizas militares en Bolonia.

Al día siguiente, Luka tuvo que hacer interminables colas de sol a sol para conseguir un poco de comida y algún salvoconducto. Esto le dejó mucho tiempo para pensar.

A su mente volvieron con extraordinaria viveza los acontecimientos previos a la Navidad de 1943 cuando la muerte violenta de su hermano menor Tripo y el nacimiento de su hija Elica se sucedieron en el espacio de poco más de 48 horas.

Desde las seis de la mañana hasta ahora (es prácticamente el anochecer, la novena hora se acerca) he estado “de servicio” para la comunidad. Ese servicio consistía en los siguientes actos: ponerse a la cola y esperar, por ejemplo, obtener algo de comida, un carnet, etc. Y si uno se aburre de esperar es necesario ser paciente y seguir esperando con la esperanza de obtener una cucharadita de café o un cacito de pasta o un papelito con el nombre y el apellido de una persona que ya no existe.

Estuve, por así decirlo, tan integrado en la cola todo el día – de sol a sol- que no sólo ardo al sentir como la piel me quema por el sol, sino porque he tenido tiempo para juntar mi dolor: el de la dura tristeza de hoy y el disperso a lo largo de incontables días del pasado.

Después de estar todo el día en la cola, sus compañeros de peripecias le encargaron que cuidara de sus pertenencias

 Y así ahora espero en medio de nuestros trapos y, aunque estoy otra vez “de servicio” estoy contento porque estoy solo y puedo escribir sin que nadie me moleste. Los míos se han ido a ver la ciudad y “la cenicienta” se ha quedado.

Un poco más adelante, Luka se refiere a los recuerdos que le asaltaron en esas largas horas de espera, siempre en torno a su querida Ana y su pequeña Elica, a quienes le duele imaginarlas sufriendo.

Con mi mayor felicidad llegaron mis más costosas pruebas. Por eso puedo decir que a Ana le di un inconmensurable amor y un gran y silencioso dolor.

 

La soledad de Ana

Mientras Luka Brajnović planeaba cómo volver a Croacia desde los campos de refugiados de Italia por los que iba pasando en la primavera de 1945, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, su esposa Ana vivía en Zagreb entre la soledad, el miedo y la pobreza, cuidando de su pequeña Elica, de pocos meses de edad. La instauración del Régimen Titoísta fue dura. Y Ana tuvo que ingeniárselas para sobrevivir en medio del caos inicial.

Sus padres le habían advertido de que en Senj, su ciudad natal, habían ido a buscarla para fusilarla. Pero le buscaban por su nombre de soltera. Gracias a que había cambiado su apellido y su ciudad de residencia al casarse, no le localizaron en esos primeros momentos y salvó la vida. Pero no pudo ir a casa de sus padres.

A partir de ese momento viví escondida. No podía confiar en nadie. Muchos que antes habían sido grandes amigos, se convirtieron en soplones de la policía y enemigos. Me quedé sola, sin medios económicos, en un constante peligro, sin saber qué había pasado con mi marido y mis hermanos.

Tenía unos buenos vecinos, Yagoda y Ante Basic, que no tenían hijos y le ayudaban a cuidar de la pequeña Elica cuando ella tenía que ausentarse.

Entre tantos problemas aún surgió otro: el cambio de moneda. El poco dinero del que disponía ya no tenía valor alguno y el nuevo solo se podía conseguir trabajando, pero yo no tenía derecho a una empleo. Solución: vender cosas de la casa, como hicieron tantas otras familias en la posguerra. Las señoras llevaban al mercado sábanas, manteles, joyas, vestidos y todo tipo de pertenencias para cambiarlas por comida. Este sistema no duró mucho, simplemente porque yo no tenía mucho que vender. La mitad de mi dote se había quedado en Senj y la otra mitad la vendí.

A pesar de todo, Ana iba encontrando medios para seguir viviendo:

Le llegó entonces el turno, a la Providencia. Cuando ya no tenía absolutamente nada, ni leche, ni azúcar – tan necesarios para la alimentación del bebé siempre encontraba delante de la puerta algo que alguien me dejaba anónimamente. Incluso había veces que encontraba algo de dinero. Aunque como he dicho, abundaban los traidores, también había almas caritativas que compartían lo poco que tenían con los que lo necesitaban. No dejaban su nombre o tarjeta para no ser identificados Con el tiempo, descubrí entre esos bienhechores a una familia numerosa. Cuando quise agradecerles su ayuda la respuesta fue: nosotros también recibíamos y lo justo era compartir. Además de estas ayudas, me apunté en la lista de Cártitas, de modo que, de allí también recibía alguna ayuda.

Para ayudarle a sostenerse le ofrecieron administrar la casa de un sacerdote en una parroquia cerca de Zagreb, pero no aceptó. No quería salir de la ciudad.

en Zagreb existía mayor posibilidad de averiguar algo sobre los míos, esperar noticias y no moverme de casa. Además, estaba dispuesta a luchar sola y no en compañía de un hombre, aunque éste fuese sacerdote.

El tiempo le dio la razón

La decisión de quedarme en casa fue acertada porque allí efectivamente, recibí la primera noticia. Un día encontré un papelito debajo de la puerta. Alguien me comunicaba que los míos; mi marido y mis hermanos, habían conseguido cruzar la frontera, que se habían entregado a los ingleses y que se encontraban en Italia en un campo de refugiados. Fue una gran noticia. Traía alivio y agradecimiento a Dios. Alivio, pero también preocupación por los que se quedaron: mis padres y mi hermano Yarko, el único que se quedó. Yarko había sido encarcelado y condenado a 15 años de prisión. Preocupación también por la familia de mi marido, a la que aún no conocía, en Kotor.

Las nuevas autoridades anunciaban represalias para las familias de los exiliados. Ana afrontaba la realidad desde la fe en Dios, pero eso no cambiaba la dureza de lo que estaba viviendo

Ahora me doy cuenta de que el Señor quiso llevarnos por el camino de un absoluto abandono a su voluntad. Ya no se trataba de pedir cosas, solo fuerzas. Vivir la realidad.

Mi realidad era una tremenda soledad y pobreza, en un mundo cruel y en un régimen despiadado. La victoria había llevado a muchos combatientes de Tito a la locura. Se convirtieron en un verdadero peligro para los ciudadanos y para el propio régimen. Todavía armados, se abalanzaban sin piedad sobre el imaginario enemigo. Disparaban  en plena calle, en trenes, tranvías o autobuses. Los manicomios se fueron llenando de estos pobres hombres que habían acabado perdiendo el juicio durante los largos años de lucha en los montes. Este tipo de locura la denominábamos “partizanska bolest” (la enfermedad partisana). Otros se dedicaban a eliminar a la gente por pura venganza o por cumplir el plan oficial de limpieza ideológica y anti religiosa. Muchos de nuestros conocidos simplemente desaparecieron por este método. No es de extrañar que pensara que, un día u otro a mí me podía ocurrir lo mismo.

En un momento de profunda reflexión le pedí al Señor tres cosas, en el caso de quedar con vida. En primer lugar, que me ayudase a mantener siempre viva mi fe, que nunca me perdiese bajo las amenazas y las presiones a las que podía llegar a ser expuesta. En segundo lugar, que me ayudase a ser fiel a Él y a mi marido, de modo que si algún día nos llegáramos a reencontrar que el encuentro fuese limpio, sin remordimiento alguno que pudiese ensombrecer ese momento – y si no lo lográbamos en la tierra que fuese en el cielo. Y en tercer lugar, que supiese y pudiese educar a mi hija en la misma fe que pedía para mí. Esas peticiones no las repetía todos los días, pero para Dios bastaba que hubieran sido formuladas una sola vez y de todo corazón. Él, que ve en lo mas profundo del alma, me ayudó en esos tres deseos.

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