
Después de un largo paréntesis por causas ajenas a mi voluntad, vuelvo a tomar el hilo de la historia de mi padre basada en sus diarios.
En el último relato, titulado el anhelo del reencuentro, le habíamos dejado en el campo de refugiados de Reggio Nell’ Emilia, en junio de 1945. Allí, Luka Brajnović sufrió un pronunciado deterioro físico y sentía que le fallaban las fuerzas hasta el punto de llegar a pensar que la muerte le rondaba. En esos momentos no perdió la esperanza y puso todos sus más hondos deseos en manos de Dios.
Siento que me debilito físicamente. Día a día voy adelgazando más y más. Quizá esté viviendo las jornadas que conducen a la paz permanente, tan cerca estoy de la muerte… Esto no es una percepción sentimental. Es la cruda realidad que llevo en el alma. No puedo vivir por mi mismo. Quiero vivir, pero sólo por ella y nuestro amor. Pero ¿será este dolor, este sufrimiento del alma más fuerte que mi constitución física?, eso sólo Dios los sabe.
Los croatas del campo de refugiados se reunieron el 21 de junio de 1945 en la iglesia de San Francisco de Reggio Nell’ Emilia para un funeral por los muertos de ese mes.
La iglesia se llenó de gente. En un momento un grupo coral entonó «Bella Nuestra» En ese momento la gente se irguió y muchos, sumidos en sus propios pensamientos, empezaron a llorar. Para mí fue como sumergirme en un sueño por el que tanto había anhelado, que podía darme tanto la vida o la muerte. Oír el himno nacional en un país extraño, bajo estas circunstancias, significa tender un puente a través de estas duras amenazas hasta la tierra de la que hemos huido. Así que de nuevo el orgullo, el desencanto, las ilusiones, la tristeza…
Luka afirma que ellos confiaban en el regreso a su tierra y en su caso en el reencuentro con Ana y la niña.
Por eso vivimos -afirma-. Mis oraciones, que son por entero las mismas que rezaba durante mi tiempo de prisionero en 1943, y que reanudé en casa, han alcanzado una nueva dimensión en esa esperanza y ese anhelo. Cada pensamiento que me une a lo sobrenatural, cada suspiro que me separa del polvo en el que vivo, adquiere la forma de un deseo que es ya por si mismo una oración. Y así estoy de la forma más inmediata relacionado con el Señor, preparado para recibir lo que sea de sus manos.
Estos pensamientos le llenan de paz interior, pero una paz que convive con el sufrimiento por las dificultades reales que ve para lograr su objetivo de reunirse con su mujer y su hija.
Por eso, con una fe más fuerte pongo mis pensamientos y toda mi vida en las manos de Dios. Tras la angustia llega el consuelo que ciertamente no disminuye el dolor, pero potencia mi fe en nuestra protectora, la Virgen de Fátima. Estoy seguro de que este mismo consuelo, un consuelo que no alivia el sufrimiento, lo experimenta también Ana, porque juntos aprendimos a rezar al Inmaculado Corazón.
Luka se lamenta de que los momentos de paz son breves comparados con el dolor que experimenta y se pregunta si es un dolor egoísta, pero concluye que no lo es, puesto que piensa poco en sí mismo y continuamente tiene en la mente a Ana. Se pregunta qué estará sufriendo ella con la niña en Zagreb y cuáles serán sus condiciones materiales.
Todo mi sufrimiento arranca de que nuestro amor ha sido atacado por una inhumana separación. ¿No sufre ella también por esto?
En medio de todo este camino entre la paz interior que le da la oración y el dolor que nadie le puede ahorrar por las circunstancias que está viviendo, Luka se agarra a la esperanza y recuerda un poema que escribió del que reproduciré sólo algunos versos.
Sé que también a mí me llegará un día lleno de felicidad (…)
No tenemos sol ni cuando las hojas caen
Ni cuando la vida en nosotros bulle
No tenemos sol. Para nosotros el sol es la esperanza.
En la foto, la catedral de Reggio Nell Emilia