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El 26 de junio de 1945, Luka Brajnović empezó a notar movimiento en el campo de refugiados de Reggio Nell Emilia: Otro traslado se avecinaba. Más incertidumbre, más lejanía de Ana.

¿Hacia dónde partimos? , se pregunta, «Tal vez la oleada de mis pensamientos cruzó los límites de lo razonable, porque tengo la sensación de que entré en un nuevo mundo. No puedo manejar mis pensamientos, no puedo contener mis sentimientos y darles una forma de expresión. Camino por el desierto, navego a través del mar de la tristeza, me ahogo, lucho por respirar y no llega una ayuda o una voz de alivio.

Se pregunta el por qué de tanto sufrimiento

¡Dios así lo quiso! Nos ha dado un amargo vaso para que lo bebamos y nosotros ávidamente lo bebemos, pensando que cuando lo hayamos tomado, seremos felices. Si, en eso creemos. Pero, ¿por qué esta mañana  tan dolorosa, tan oscura y sin un rastro de consuelo? Con Cristo ante la muerte, repito sus palabras en el huerto de Getsemaní: Padre aleja de mí este cáliz, pero -(Virgen de Fátima, dame fuerza para que esto que sigue lo diga con todo corazón y entera fe)- que no se haga mi voluntad sino la Tuya.

En el campo recibieron noticias desde Zagreb de detenciones, desposesiones y hasta fusilamientos de familiares de los fugitivos.

Sólo puedo preguntarme ¿qué ha sido de Ana? ¿Habrá tenido que entregar los cuatro trapos que le he dejado? Y si es así, ¿de qué y cómo va a vivir? ¿O se han preocupado de quitarle ese cuidado y la han arrojado a una prisión o la han matado? ¿En qué pensamientos me entretengo? Quizá Dios le ha concedido que haya podido probar su derecho a la propiedad (del pequeño ático en el que vivía), mi inocencia y…¡Qué triste consuelo! Es sólo la irónica sonrisa en los labios del sangriento villano que me atormenta.

Luka no sabía que Ana vivía por esos días casi recluida en el ático, había vendido todo lo que tenía para comprar comida y se había quedado sin dinero. Sobrevivía gracias a la ayuda de personas anónimas que sabían que estaba en una situación de pobreza extrema y le dejaban comida y en ocasiones incluso dinero en la puerta de su casa. También había acudido a Cáritas. Y como no tenía noticias de los suyos, cuando se aventuraba a salir, iba a las cárceles a intentar averiguar si estaban ahí o a ver pasar las columnas de fugitivos prisioneros que volvían a pie a intentar descubrirles entre ellos por si habían sido capturados.

En el campo de refugiados, Luka sufre por no tener noticias de ella:

Todo lo quemaría (la novela Tipo Kokoljić, las novelas los artículos y lo demás) y mis libros y – acaso tenía algo más? sólo para que ella quedara viva, sana en el alma y el cuerpo, que salvara nuestro pequeño bebé, que me esperara con una inagotable esperanza y que tuviera una fuente para que pudiera sostenerse ella y a nuestra pobre pequeña Elica. Pero ¿quién sabe cuál es la situación real?.  Yo vivo de suposiciones y ella experimenta la amarga realidad, sangrienta e inmisericorde. ¿Acaso tiene ella la culpa de que yo esté aquÍ? Dios mío, ¡devuélvenos la justicia, devuélvenos nuestra paz!.

El 27 de junio de 1945, Luka anota en su diario que todo parece indicar que les llevan de regreso a Módena, pero en realidad a donde les llevaron fue a Bolonia.

Ya se han ido cuatro grupos y esperamos otros 44 a que vuelvan los camiones. El viaje a lo desconocido aumenta mi incertidumbre que es rica solo en deseos. Todavía no ha habido ni un momento en el que haya podido discernir cuál va a ser nuestro futuro. No se trata de saber si acabaremos o no con la cabeza sobre nuestros hombros. Eso es ahora completamente ineludible. Pero no me interesa como la cuestión de nuestro regreso.

Mi objetivo final no tiene un sentido político o económico ni qué se yo cuál otro, sino sólo el encuentro con Ana y la niña. Bajo ese prisma lo miro todo. Si pudiera ver o al menos valorar la situación en la que ella se encuentra, si pudiera darle a conocer que estoy vivo, si pudiera recibir de ella alguna letra, finalmente, si pudiera de alguna forma calcular el tiempo de nuestro reencuentro, de mi regreso, entonces quizá estaría más tranquilo, porque mi esperanza tendría una base más real. En los tres aspectos trabajo para ver cómo pudiera conseguir algún resultado, pero todo eso no es más que una voz, la voz cansada que grita en el desierto.

Al amanecer, todos se preparaban para el viaje, esperando que el destino les llevara a un lugar más confortable que el edificio que habían ocupado en Reggio Nell Emilia. Ya que en Modena les esperaba un palacio abandonado con amplias estancias y algunos medios para la higiene personal. A Luka le daba igual:

Nunca tendré ni un momento de paz interior ni aunque este viaje de emigrante me lleve al mayor confort y las mayores posibilidades de una vida normal para un hombre que duerme, come, bebe y se comporta correctamente. Todos esos medios no van a mejorar mi vida sino que – sea esto absurdo o no- la empeorarán. Mi única paz, mi única salida de este dolor y de este sufrimiento será cuando esté junto a mi querida Ana y junto a mi pobre niña. Por eso estaría dispuesto a soportar la más cruda pobreza, si estuviera a su lado, aunque muriera en el intento, para ofrecerles las mejores condiciones de vida material que pudiera.

Al final, los refugiados sólo pasaron la noche en el palacio de Módena y terminaron con sus huesos en unas caballerizas de Bolonia. Las comodidades que muchos esperaban se convirtieron en todo lo contrario. Un paso atrás. Masificación. espacios pensados para animales… Además allí les aguardaban noticias de más traslados cada vez más lejos de la frontera con Croacia

Es muy grande la diferencia entre el palacio ducal de Módena y estas caballerizas. Parece que de aquí saldremos en tren hacia Ancona (más al sur) Y así nuestro viaje se hace cada vez más largo y triste hasta que lo cubre por completo un sentimiento  que en un momento fue de dolor y ahora es desesperanza.

En la foto, una imagen de Bolonia

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