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En Bolonia, a donde llegó a finales de junio de 1945 procedente de Reggio Nell Emilia, Luka Brajnović, se aventuró a salir del campo de refugiados para ver la ciudad de la que tanto le había hablado Slobodan Maca, un amigo suyo de Zagreb, que había pasado ahí su época de estudiante universitario.

Su primer paseo por la urbe italiana, que mostraba las heridas de la guerra, lo hizo en solitario, el 29 de junio de 6 y media a once de la mañana. Iba con el corazón apesadumbrado porque al llegar al campo instalado en unas caballerizas de unas instalaciones militares, le habían dado malas noticias de Zagreb: fusilamientos, expropiaciones de viviendas a los familiares de los fugitivos, escasez de comida y agua… Su preocupación por Ana y la niña no le deja vivir y le afecta a la salud, cada vez más deteriorada.

Muy cerca del campo encontró una pequeña iglesia de los franciscanos y entró a rezar y a preguntar si había algún croata entre ellos ( la orden está muy extendida en Croacia) un fraile le contestó que había estado hasta el día anterior el padre Perović, muy conocido de Luka, y le preguntó si quería algo de comer. Luka rechazó la oferta.

No quería dar la impresión de que había venido a mendigar con la excusa de preguntar por el dr. Perović. Me olvidé del hambre por causa del orgullo.

Preguntando y guiándose por los recuerdos de su amigo Slobodan Maca, llegó hasta la plaza donde está la basílica de san Petronio.

Ese día la plaza estaba adornada con banderas polacas y algunas insignias nacionales también polacas.

La iglesia le impresionó por su arquitectura gótica y su ciborio que describe de estilo románico además de sus vidrieras en forma de rosetón, y deduce que ha tenido que haber sido restaurada 300 o 400 años antes. Pero se lamenta de no tener quien le explique mejor el arte del grandioso templo dedicado al patrón de la ciudad.

Estamos condenados a esto – ya que no tenemos dinero ni conocedores del arte y los artistas italianos- a que vaguemos por el mundo dando tumbos como ciegos.

Siguiendo su paseo, visitó las dos torres torcidas, y la iglesia barroca que está junto a ellas. También visitó la catedral que le interesó mucho menos que la basílica de san Petronio.. Paseando sin rumbo fijo llegó a la plaza del 8 de agosto, entonces herida por los rastros de la guerra y luego emprendió el camino de vuelta al campo pasando por la ciudad universitaria. 

Su escapada por Bolonia no disminuía el dolor que sentía por la separación de Ana y la niña y su preocupación por ellas

Me dicen que soy esclavo de mi sufrimiento. No, no soy esclavo de mi sufrimiento. Mi vida es dolor, mi vida es sufrimiento que no pasa.

El 30 de junio, Luka anota alarmado en su diario que las conversaciones para trasladar a los refugiados a América van en serio y él no quiere ni pensar en tal cosa. Todo lo que suponga alejarse de Ana y la niña lo descarta por completo.

Lo que había sido una posibilidad empieza a concretarse. El ex rector de la Universidad de Zagreb había hecho gestiones con la embajada en roma y desde Roma habían hablado con el comandante del campo de los croatas, un «simpático norirlandes» según Luka, que estaba considerando la propuesta.

El argumento es el siguiente: que es imposible actuar y vivir de manera independiente  en una Italia llena de parados (dos millones quinientos mil desempleados aquí en medio de la calle, sin trabajo), con turbulencias de naturaleza social, política y económica y finalmente con muchos enemigos nuestros. Además, muchos consideran la actual situación de Europa como definitiva, aunque todavía ni ha terminado la guerra, para no hablar de la conferencia de paz.

A Luka no le valen esos argumentos:

No he venido aquí para irme más lejos de mi casa, de mi familia, de mi patria. Sino para volver con mi niña, con mi querida mujer, mi Ana. Si llegara a ese extremo huiría para volver atrás, porque sería mejor enfrentarse a la muerte que vagar por la lejanía sin felicidad.

Ya basta con el juego con las vidas de las personas. Ninguna fuerza, excepto la voluntad de Dios me va a forzar a hacer lo que el corazón me dicta. Quizá la Virgen de Fátima oirá mis peticiones y convertirá todo este dolor en una felicidad sin término, pero tengo la sensación de que sufriría mucho, mucho menos si me hubiera quedado en casa. Por lo tanto es absurdo que escuche hablar sobre viajes al lejano oeste.

Yo solo deseo un viaje: el viaje que me lleve junto a mi querida Ana, junto a mi pequeña niña. estos son mis ideales y por ellos vivo. Mi objetivo es sencillo: tener aquello que por justicia me corresponde: la familia que he fundado: Tener a mi Ana, sentir su aliento, sentir su caricia, y sentir, sentir vivamente la bondad y la generosidad de su alma y su corazón. Desearía ser el más pobre, pero estar a su lado, animarla y protegerla y regalarle la alegría de mi corazón.

Nuestros días juntos se han interrumpido pero no para siempre -me lo dice el corazón- . Llegará de nuevo su tiempo… Y ahora vivimos de los recuerdos y lloramos sobre el destino que cruelmente ha jugado con nosotros.

Y así escribiendo estas líneas me acuerdo de todas las veces que Ana me ha inspirado una profunda meditación. Me parece que me ahogo. Siento hasta dolor físico. Siento que desaparezco…

 

 

 

 

 

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