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El 9 de julio de 1945 sobre las siete de la tarde, el grupo de refugiados al que pertenecía Luka Brajnović abandonó Bolonia para dirigirse hacia el sur en tren. A Luka ya le daba igual a dónde le llevaran. El único viaje que le interesaba era el de la libertad, el que le llevara a reunirse con Ana y la niña y ése estaba fuera de su alcance.

Los refugiados del grupo de Luka se montaron en el tren en la semi derruida estación de Bolonia, bombardeada durante la II Guerra Mundial.

Naturalmente, otra vez nos tocaron vagones de ganado – cuenta en su diario – y estábamos enganchados en un convoy de un kilómetro de longitud, porque cada vez son más los innumerables italianos que se vuelven al Sur, a casa. De una organización solidaria del viaje no se puede ni hablar. Se diría que el sentido de la organización es deficiente en nuestros actuales vigilantes.

El convoy tardó casi dos días en cubrir los 260 kilómetros que separan Bolonia del destino de los refugiados que ellos desconocían y resultó ser un masificado campo situado en los alrededores de Fermo.

Luka inició el viaje con dos sentimientos encontrados.  Por un lado la desazón de la inseguridad de su futuro que le impedía hacer planes concretos para su objetivo de reunirse con Ana lo antes posible. Por otro lado cierta indiferencia sobre el destino del tedioso trayecto.

Me da igual a dónde me lleven y no me impacienta el tiempo que tardemos en llegar. El único viaje que me interesa es el de regreso a casa junto a Ana y a mi pequeña. Sólo estaría nervioso si este viaje fuera en esa dirección.

El traqueteo del tren y el paisaje le hicieron recordar el único viaje que hizo con Ana, tres años antes, desde Borovo (en la región croata de Slavonia) hasta Zagreb, durante el que él se le declaró. En aquél trayecto, Luka iba feliz al saberse correspondido por Ana. Esta vez sufría por su ausencia.

Nunca antes de aquél viaje sentí cómo Ana era completamente mía, cómo su corazón estaba abierto a recibir todo lo bueno y noble que hay en mí y su alma despierta para disculpar mis fallos y errores. Semejante inocente intimidad no la había podido experimentar antes, porque la realidad había superado la belleza de los sueños (…)

La similitud del paisaje le despertó los recuerdos

Miré hacia fuera desde nuestro vagón de ganado hacia las llanuras pintadas con los colores de la hierba seca y el verde brillante de los cultivos de verduras y recordé las innumerables imágenes que guardo en la memoria de aquella estancia en nuestras llanuras. No hubiera podido notar con más fuerza la duplicidad de la vida como entonces: en los recuerdos, la alegría esculpía con fuerza la felicidad de dos corazones y aquí, en la realidad, el sufrimiento y el dolor se desbordan  por la crueldad del mal que nos separó.

Luka iba sentado en la puerta del vagón y ya muy de noche intentó hacerse un sitio para dormir en el interior abarrotado vagón. Lo consiguió a duras penas y logró conciliar el sueño, pero no por mucho tiempo.

Me despertó el olor del mar… y el dolor. Todavía era de noche. Seguramente acabábamos de pasar Rimini, un lugar en el que tengo puestas muchas esperanzas. Tras una baja y prolongada orilla hay una extensión negra. Es el mar . El mar Adriático. Allí, en la otra orilla, se encuentran mi amor y mi vida.

Cuando amaneció el tren continuaba su viaje pero se paraba en algunos andenes más tiempo que hasta entonces.

de todos los vagones sale gente semidesnuda gritando «¡el mar!» y muchos, con una especie de devoción, cogen un puñado de agua o se lavan con ella o se meten en las suaves olas del Adriático. Yo me quedo y constantemente oteo el horizonte. Me parece que diviso montañas, nuestras montañas. Pero cuando me doy cuenta de lo imposible de esa visión y del engaño de mis sueños, tomo la cartulina que contiene la foto de mi amada, la miro y las lágrimas se mezclan con las gotas de sudor. Esa foto representa para mí la mayor belleza ante la que desaparece cualquier visión.

Y en lugar de la llamada del mar y los gritos de la juventud, yo escucho las profundas palabras de un amor desinteresado y altruista: «Te quiero y siempre te querré, suceda lo que suceda, tu Ana».

Antes de llegar a Ferrara, el tren se desvió un poco hacia el interior y los refugiados creyeron que les llevaban hacia los Apeninos, pero sólo fue para engancharse con otro convoy. En esa operación y para moverse sólo unos kilómetros perdieron 9 horas, pero sin que nadie les dijera cuándo iban a partir. Luka se quedó con la pena de no haber aprovechado ese tiempo para ir al convento de los franciscanos de Ferrara, donde esperaba encontrar al Padre Perović a quien había confiado sus cartas pidiendo ayuda para salir de los campos de refugiados y ponerse en contacto con Ana, pero tuvo noticias por un hombre que se subió al tren allí de que el franciscano se había ido a Roma desde donde – prometió – contestaría a las cartas.

La noticia me anima porque él puede ayudarme de la manera que más me conviene. La pregunta es si, con todas las peticiones que tiene, recordará mi nombre. No me extrañaría en absoluto que esta súplica mía se quedara como la voz que clama en el desierto. Lo cierto es que ya he mandado al menos cuatro cartas a Roma y a Suiza y no he tenido ni la sombra de una respuesta.

El tren pasó junto a Ancona, que estaba como todas las ciudades italianas que atravesaban, destruída por la guerra.

Contemplamos la vieja ciudad de piedra, ahora llena de ruinas, en la colina dominada por el campanario y la cúpula de la catedral. Es difícil decir algo más, sino constatar lo seriamente dañado que está todo, parte por misiles lanzados desde el lado del mar y parte por los bombardeos aéreos, creo. Pero esto es algo habitual porque así se encuentran todas las ciudades italianas excepto algunas del norte que no tenían interés militar o se salvaron por la capitulación incondicional.

En el camino de Ancona a Fermo pasaron por Loreto

Desde el tren pudimos ver en una colina el santuario conocido en todo el mundo por la veneración de la casita de Nazaret y por los innumerables milagros y testimonios. Contemplo los edificios renacentistas y barrocos y en el alma rezo mi única y siempre misma oración a la Virgen. Siento que me abruma todo el sufrimiento y por eso mi oración es extremadamente intensa y también – constato con cierta intranquilidad en el alma, extremadamente corta.
Sin embargo, Ella, que hasta ahora tantas veces me ha defendido de todos los males, comprende cada suspiro, cada deseo mío. Y yo creo que mi oración por  Ana y mi niña y nuestra felicidad habrá tocado su Inmaculado Corazón.

En la estación de Porto St. Giorgio, cerca de Fermo, los vigilantes ingleses les hicieron bajar del tren. Allí se encontraron con unos soldados polacos que les hablaron de su lucha, del desencanto que sentían ante sus protectores y de su preocupación por sus familias .

Ellos comprenden nuestra huída y nos miran con simpatía, – anota Luka-.

Ya caía la tarde cuando les ordenaron subirse a unos camiones que les alejaron del mar y les condujeron hacia el interior. Muchos jóvenes se despedían con amargura del Adriático. Luka, apasionado por el mar que le vio nacer, callaba.

A mi me da igual a dónde me lleven. El único viaje que me interesa es el camino hacia la libertad. El camino hacia Ana y la niña.

Los camiones llegaron a las instalaciones del campo de refugiados cuando ya era noche cerrada.

De mis primeras impresiones no quiero ni hablar. (…) Sería una buena vida – vida de prisionero, por supuesto – si hubiera sitio para estar (…) En mi barracón viven 251 personas conmigo. Así que esto es como estar en un mercado de la preguerra constantemente.

El barullo de la gente en el interior del barracón unido al sofocante calor de julio le hace añorar la soledad y un poco de espacio vital y se pregunta qué sería de él si no tuviera su diario que escribe en el único momento de cierta calma: mientras los demás duermen.

(En la foto el campanario y la catedral de Ancona en la actualidad)

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