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Al comenzar a trabajar en el periódico del campo de refugiados de Fermo, Luka Brajnović empezó a tener noticias directas de la situación en Yugoslavia a través de Radio Belgrado. Así se enteró que en agosto de 1945, Tito había decretado una amnistía limitada pero que en ningún caso beneficiaría a los que habían huido en mayo, como era su caso. Así que las posibilidades de volver se le cerraban y ahora las esperanzas de reunirse con su familia pasaban por que Ana emprendiera también el camino del exilio.

Pero lo más importante era averiguar si ella y la niña estaban vivas y se encontraban bien, porque Luka seguía sin tener noticia alguna de su mujer y su hija.

El 7 de agosto llegaron al campo cartas de dos sacerdotes croatas que estaban en Roma. Uno de ellos, el franciscano Bonifacio Perović, envió noticias sobre los allegados de varios conocidos de Luka, pero a él no le envió ni una letra, solo un sobre con unas cuantas liras.

Le contesté que hubiera preferido unas palabras al dinero, a pesar de que es el primero que veo desde que salí de Zagreb. En la carta le he manifestado que no tengo ninguna esperanza en esta emigración. También le digo que no se preocupe especialmente de mi y al mismo tiempo le expreso que estoy «celoso» de que a todos los conocidos les haya escrito unas palabras y a mi no.

Luka aprovechó la comunicación con el Padre Perović para intentar de nuevo enviar una carta a Ana por su mediación.

No le hubiera escrito si no fuera por agradecerle el dinero y si no tuviera que pedirle un encargo. En un papelito separado escribí una nota para Ana con el fin de que se la de al dr. Lacković para que la lleve a Zagreb cuando vaya allí.

La delicada posición en la que se ponía al mensajero obligaba a reducir la comunicación con Ana a la mínima expresión y a que fuera lo menos comprometedora posible.

¡Qué difícil me fue escribir solo unas pocas palabras! Preferiría mandarle todas estas anotaciones porque le tendría que decir muchísimo más de lo que fluye en estos capítulos. Sin embargo quería conseguir al menos eso, que supiera que estoy vivo y sano. Le escribí: «¡Querida Ana! Cada oración mía, cada pensamiento mío, contiene mi dolor y mi amor por ti. Que te anime la confianza en Dios y la fe en su bondad y su justicia. Lee con frecuencia las palabras que te escribí el día fatal. Saluda a los Dabinović (a los padrinos y al profesor) y también al dr. Brajković y a María. Que te cuide la Virgen de Fátima a ti y a nuestra pequeña Elica. Te ama siempre, más allá de todas las palabras, siempre tuyo. Luka, 25.VIII.1945. P.S.Tus hermanos están conmigo.»

Los nombres que menciona en la nota, excepto el de su hermana María, corresponden a  personas que vivían en Zagreb y que Luka pensaba que podían ayudar a Ana en esos momentos de necesidad, por lo que le daba la pista para que acudiera a ellas.

Ana nunca recibió la nota. El dos de septiembre, Luka recibió una carta del padre Perović devolviéndosela y diciéndole que era imposible introducirla en Zagreb en ese momento, pero que le harían llegar noticias a Ana sobre su suerte de otro modo.

Ana recibió una nota anónima que alguien le pasó por debajo de la puerta de su piso diciendo que Luka y sus hermanos estaban vivos y bien en el campo de refugiados de Fermo. Para ella supuso el final de una angustiosa búsqueda de cárcel en cárcel, de repasar listas de ejecutados o escudriñar las columnas de prisioneros que los guerrilleros conducían por medio de la ciudad.

Aunque Luka le decía a Ana que estaba bien de salud, la realidad distaba bastante de esa afirmación. Sufría fuertes migrañas y el hambre y el sufrimiento le iban debilitando físicamente.

Ayer entró en mis pensamientos una nueva angustia.  – escribe el 10 de agosto –  ¿Cuál será el efecto de esta ruptura en nuestras vidas? ¿Qué harán el dolor, el hambre, la pobreza de mi Ana, qué harán de mi hija? Si pudiera encontrar la respuesta a todas las demás preguntas, si pudiera, por así decir, construir consuelo para mi esperanza(…) Me basta mirarme a mi mismo para asustarme de lo que puede llegar a hacer este dolor. Yo, Ana, me estoy convirtiendo en un esqueleto viviente que se mueve para demostrar que vive.  ¿Te decepcionarás cuando me veas? ¿O estarán tus ojos llenos de felicidad, ciegos a todo lo que pueda derrumbar su poder?

Todo irá bien, si Dios y la Virgen de Fátima nos conceden que veamos el final de este dolor nuestro y reanudemos la vida que comenzamos y que nos dio tantas preocupaciones y también indescriptibles alegrías, belleza y amor.

Apenas dormía. En cuanto se insinuaba la luz del día, ya estaba incorporado escribiendo en su diario. El amanecer era -dice- el único momento de tranquilidad que tenía para dedicarlo a sus anotaciones. Los demás dormían y todo estaba en silencio. El resto del día lo tenía ocupado entre el trabajo en el periódico y los quehaceres materiales de un interno en un campo de refugiados.

Pero su mente estaba continuamente con Ana y la pequeña Elica. Ellas le venían a la mente de madrugada y a ellas dedica la mayor parte de sus notas

Cada instante te acompaño, Ana, -escribe el 12 de agosto- en silencio contemplo lo que haces y lo que piensas, imaginando nuestro piso en el que te encuentras (…)

¿Te acuerdas de aquellas mañanas cuando nos levantábamos con el temor de que la muerte interrumpiera nuestra felicidad? ¿Te acuerdas de aquellas hermosas mañanas cuando (…) nos entregábamos a nuestra alegría de vivir (…) y nos olvidábamos de todo lo que existía excepto nosotros y nuestra felicidad?  ¿Recuerdas aquellas mañanas cuando aplastados por lo humano que hay en nosotros salíamos para buscar paz en la basílica del Sagrado Corazón, y, fuertes, mirábamos a la muerte a los ojos, que en cualquier momento nos podía visitar? Y cuando diste a luz a nuestra niñita, nuestras mañanas empezaron a tener un especial encanto y belleza. junto a nosotros soñaba la niña, nuestra dulce hija, más bella que un ángel. Y con frecuencia se despertaba con nuestros impacientes besos. Ella humedecía en llanto sus ojos azules y luego se reía con sus pequeños labios de seda. Mi felicidad creció hasta extremos que no puedo describir porque es demasiado doloroso (…)

Cuántos recuerdos están relacionados con cada día, con cada instante del día. Y yo, que nunca he podido presumir de memoria, recuerdo cada momento, toda nuestra historia.

Y todo mi dolor se vuelca en un deseo: que vuelva a verte, que volvamos a vivir juntos (…)

¿Me anhelas amada mía?

Grande es la prueba que se nos ha enviado,  pero nuestro amor ¿no es así? es más fuerte que cualquier prueba. Vencerá y nos regalará -si Dios quiere- la vida.

Pablo Tijan, hermano de Ana, que estaba con Luka en Fermo, había conseguido un contacto en Roma que la iba a dar trabajo, por lo que iba a abandonar el Campo de Refugiados. A Luka le daba  pena separarse de él, pero se alegraba por su cuñado que pasaría a una vida más libre. Aprovechó para darle otra nota para que intentara hacerla llegar a Ana desde Roma con un texto muy similar a la anterior. Más adelante le hizo llegar una carta más extensa, pero seguía sin tener noticias claras de Ana y la niña.

Por fin, el 8 de octubre de 1945 le llegó lo que esperaba: una carta de un amigo que le contaba que hacía mes y medio había visitado a Ana en Zagreb y que estaba en muy buen estado de salud.  Sobre Elica decía que era ya un «pedazo de niña». En cuanto a las circunstancias de Ana aseguraba que había gente buena que se preocupaba por ella y no tenía que mendigar. De María, la hermana de Luka, decía que estaba también bien, seguía trabajando y había ido 15 días a Kotor a visitar a su madre.

En su diario, Luka da rienda suelta a su alegría como ya relaté en una entrada anterior.  Pero la preocupación volvió pronto. Mientras sus compañeros de campo empezaban a recibir cartas de los suyos, Ana permanecía en silencio. Ninguna noticia directa de ella. Luka siguió enviándole cartas a través de personas que se arriesgaban a pasar la frontera con ellas encima y las hacían llegar a su destinataria desde dentro del país, pero no recibía respuesta. De alguna carta supo que no llegó a su destino porque la persona que la llevaba fue registrada y la rompió antes de que se la intervinieran. De otras supo que habían llegado, por referencias de terceras personas.

Lo que Luka no sabía es que Ana estaba en una situación muy delicada, porque habían ido a detenerla a casa de sus padres en Senj, pero no la habían encontrado y vivía prácticamente escondida en Zagreb. Por fin, el 19 de febrero de 1946, pasados los nueve meses de la despedida, Luka recibió por fin una breve carta de Ana, la prueba directa que esperaba de que ella y la niña estaban bien y el consuelo de obtener la respuesta afirmativa a la pregunta repetida tantas veces de distintas formas en su diario:

¿Me anhelas, amada mía?

 

 

 

 

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