
Mientras Luka Brajnović se estaba peleando con algunos elementos de su campo de refugiados que le querían censurar sus publicaciones por considerarlas demasiado «izquierdistas», el periódico italiano comunista L’Unità le calificaba en un artículo como periodista «fascista». Él que había sido prisionero de los fascistas italianos en Kotor, censurado por el gobierno profascista de Croacia y ahora enfrentado a los nostálgicos del régimen que estaban en su campo de refugiados, se encontraba acusado de ser lo que más odiaba por unos editorialistas que ni siquiera entendían el idioma en el que escribía. Era el precio de la independencia política que siempre había querido mantener.
A mí personalmente esta estupidez no me importa nada. No temo ninguna represalia porque se que todo eso lo hacen por la propaganda establecida y además tengo la conciencia limpia. Porque así como nunca he sido comunista, nunca ni con el pensamiento ni con las obras he pertenecido a ningún movimiento fascista. Debido a mi actividad en el campo de refugiados, he tenido la satisfacción de que los actuales líderes ustasas (*) me hayan llamado ni más ni menos que agente de la OZNA (**) precisamente por mis escritos antiustasas y antifascistas.
Lo que le preocupaba a Luka es que el artículo de L’Unità, entonces órgano oficial del Partido Comunista Italiano, llegara a manos de los comunistas yugoslavos y acabaran tomando represalias en su esposa, Ana.
Si no fuera por eso me estaría riendo como de un buen chiste.
Pero en vez de reír, su alma estaba asaltada por los más oscuros sentimientos.Y no contribuyó a calmarle, más bien lo contrario, el hecho de que saliera en su defensa L’Osservatore Romano diciendo que no era fascista sino un conocido periodista católico que había dirigido una publicación editada por el arzobispado de Zagreb: otro dato nada bueno para Ana, ya que los intelectuales católicos estaban perseguidos en Croacia.
Parece – escribe desalentado – que no hay mas que dos alternativas en este dilema: Olvidar todo el pasado, como si no hubiera sucedido, o morir como un perro en una zanja junto al camino. Yo no puedo hacer lo primero. No puedo olvidar lo que fui, olvidar mi vida, mi felicidad, mi mayor bien, mi pobre Ana…
El pensamiento más constante y más consistente es el que me asalta en los momentos de mayor desánimo… Yo morí el 6 de mayo de 1945 cuando fui arrancado del abrazo de mi triste esposa y esto que la gente llama por mi nombre es solo la señal sobre mi tumba que no tiene paz ni descanso (…) antaño existí, antaño viví. Ahora soy un cadáver…
En tan negros pensamientos estaba el 23 de abril sin poder conciliar el sueño, cuando oyó en su barracón a unos refugiados escuchando Radio Zagreb y se sobresaltó cuando se dio cuenta de que el locutor estaba leyendo la traducción del artículo de L’Unità
Alto y claro dijo mi nombre asegurando que el Vaticano me defendía.
Una ola de intranquilidad se apoderó de mi alma. Me parecía que iba a enloquecer. rezaba y pensaba en todo lo que podía amargar aún más la vida de Ana. ¡Dios mío! ¿qué será de mi si le pasa algo? ¿Qué será de mi si mi vida en este destierro le produce aún más desgracias?. ¿No sería mucho mejor que yo estuviera ya hace tiempo muerto (…) en lugar de que de esta manera continúe produciéndole desgracias a ella, mi más querida, mi amada esposa?
Los ataques contra Luka continuaron, esta vez desde dentro del Campo de refugiados. Para terminar de rizar el rizo, un antiguo censor ustasa que había sido decisivo en el cierre de los dos semanarios que dirigió Brajnović en Zagreb, le acusó de ser un «bolchevique». Quería de esta forma evitar por todos los medios que a Luka le dieran el visado de estudiante para viajar a España y librarse así del campo definitivamente. Luka ni se molesta en contestarle, explica brevemente que hay quien no puede entender que se trabajara fuera de toda vinculación política como lo intentó él con sus semanarios en Croacia y lo estaba procurando hacer en el campo de refugiados.
Me temo que a pesar de esta pesadumbre en el alma voy a verme obligado a llegar al convencimiento de que soy muy inteligente, cuando todos estos locos me atacan por los cuatro costados contra todas las pruebas de que a todos en este mundo no deseo más que el bien y que solo busco aquello que es exclusivamente de Dios y mío: mi libertad personal y mi felicidad familiar.
Una carta de Ana recibida el 30 de abril le sacó del desánimo en el que había caído. La carta estaba fechada el 10 y 12 de abril, antes del programa de Radio Zagreb. Luka hubiera preferido noticias posteriores a esa emisión, pero cualquier noticia de su mujer era causa de gran alegría.
Estoy seguro de que Ana me ama, que piensa constantemente en mi y no puedo sino decir con ella que «mientras sepa eso, entonces sabré que tiene sentido vivir y luchar por esta vida…»
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* Miembros del partido profascista que gobernó Croacia entre 1941 y 1945
** Departamento para la Protección del Pueblo o Agencia de Seguridad de Yugoslavia que funcionó entre 1944 y 1946