En su soledad romana, Luka Brajnović sufría por no poder ver crecer a su hija Elica y perderse su infancia a causa de la forzosa separación que le mantenía alejado de su esposa Ana Tijan, que se encontraba en Yugoslavia con la niña, sin posibilidad de salir. Entresaco esta anotación de sus diarios correspondiente al 30 de septiembre de 1946.
Con frecuencia paso por por la calle Ripetta, cuando me apresuro para el almuerzo o cuando vuelvo por Pinnio con los pesados y cansados pasos del hambre que ha sido engañada cuando no ha rechazado con desgana el insípido refrigerio que nos ofrece la oficina del obispo Liberio. Y entonces, al regreso, en esa calle, habitualmente me detengo en un escaparate lleno de juguetes para niños.
Y me pongo a mirar esos juguetes imaginando cómo los escojo y los compro y se los llevo a mi pequeña y dulce Elica.
Hoy, delante de ese escaparate, me olvidé del hambre y del peso que arrastro por la vida, lleno de dolor por mi querida mujer, mi único cariño y nuestra más querida, mi pequeña.
Miro esas muñecas (cada una más bonita que la otra) y no se con cuál empezar mi cuento diario. Y cuando encuentro la más bonita Vuelvo a comerme con los ojos el escaparate como un niño pequeño y a imaginar.
-Buenos días, digo entrando en la tienda.
El dependiente me sonríe amablemente y espera, preparado para atenderme.
Yo me vuelvo a ese montón de deseos infantiles y busco la muñeca elegida . Y cuando la encuentro, pregunto cuánto cuesta.
El empleado me mira un poco extrañado y murmura algunas cifras.
-Nada, nada, – le digo yo a él – la compraría aunque fuera más cara, porque tengo que alegrar a mi hija que justo hace poco se ha quedado sin muñeca, y un niño tiene que jugar…
Y la cojo colocada en una elegante caja envuelta en papel de seda blanco.
Con una feliz sonrisa en la cara voy corriendo a casa. Abrazo a mi mujer, mi querida mujer, pongo mi carga en la mesa y cojo a mi hijita para que se siente en mis rodillas.
Mi única, esposa mía, se ríe feliz, nos mira enamorada y sabe que he preparado una sorpresa, que le voy a alegrar aún más, porque adivina que en la caja hay un regalo para nuestra más querida.
Y nuestra pequeña aplaude de alegría, se balancea en mis rodillas y con sus manitas me agarra la camisa.
-¿Me vas a cantar, papá? Me pregunta sin volverse hacia mi regalo que todavía no le he descubierto. Ella está acostumbrada a estar privada de todos los juguetes, de todos los regalos que alegran a los niños…
-No te voy a cantar ahora -Le acaricio y ella se ríe- . Hace ya mucho tiempo, niña mía, que te acunaba cantándote una triste canción. De eso no te acordarás nunca… Pero – le digo más alegremente – en la caja hay algo para ti.
Ella aplaude, se balancea más fuerte en mis rodillas y dice. ¡Mamaíta!, ¡papá a traído algo!. ¡Ha traído algo bonito!
Y «mamaíta» me alcanza el envoltorio para que lo abra. En sus oscuros ojos brilla la alegría.
Despacio despacio, al tiempo que relato un fantástico cuento, voy desenvolviendo el paquete. Nuestra niña me escucha y mira con ansiedad qué es lo que aparecerá en el interior de la caja. Y cuando ve la muñeca, salta de mis rodillas, la coge, la más bonita que pude comprar, y la aprieta fuerte contra su pecho:
-A nadie te doy: ni a la gente mala ni a los animales malos.
Y entonces la vuelve a colocar en el papel de seda y viene a mi extendiendo los brazos. Quiere que la suba otra vez a las rodillas. Yo estoy un poco confundido de que olvide tan rápidamente mi regalo y sorprendido de que mi amada se ría más alegremente que antes.
Y la niña acerca su manita a mi cara y me acaricia:
Querido papá, querido papá…
Mis ojos se bañan de lágrimas, y mi amada nos abraza a los dos y dice:
-¡Oh hija mía, hija mía!
…Y se rompe el cristal de mi imaginación
Viene el dependiente de la tienda de las muñecas de la calle Ripetta, me empuja con el codo para apartarme del escaparate y me dice:
-¿Qué mira ahí dentro? ¿Es que no me va a dejar cerrar?
Me aparto, con mis imágenes destrozadas y lágrimas en los ojos.
Por un momento miro cómo la persiana de hierro baja sobre el escaparate y me parece como si oyera la sorprendida voz de nuestra más querida:
-¡Oh, mi muñeca, mi muñeca…!