Vuelvo de la mar
llena de noche
en busca de insólitos paisajes
antiguos.
Las montañas violetas
todavía desafían el avance nocturno
sin luna.
Mi andar es cansado
entre los olivos, pinos y algarrobos,
donde aún cruje a cada paso,
el despecho de los recuerdos.
El paisaje es cada vez más cercano,
el silencio más denso
-han muerto las voces extranjeras
de la playa-
y el camino más largo
y desconocido.
De pronto:
el gemido de unos troncos vacíos,
la alameda en hombros de la noche,
las laderas lisas en sus sueños,
el balido de las ovejas (como lamentos humanos),
unas luces tímidas y parpadeantes
y arriba las alas negras y enormes
encima de la aldea
perdida
fuera del tiempo.
Llamo a la puerta
y me contesta la noche de grillos
y relámpagos.
Por la mañana:
los prados verdes
entre las montañas grises y azules
con fondo de un campanario románico
y mudo.
Las golondrinas, como en sueños infantiles,
vuelan veloces, pasan y vuelven
a la luz escarlata
del despertado valle
que en su palma sostiene pequeñas manchas
-ocres y rojas-
de la vida cotidiana.
Y allí abajo:
la mar rejuvenecida
como la vida
que camina, de nuevo, hacia el Sol.
Luka Brajnović
«Ex Ponto»
Pamplona, 1985