Para sobrevivir en la Roma de la posguerra, Luka trabajaba muchas horas en tareas a veces muy penosas que le dejaban muy poco dinero. La prolongada separación de Ana y la niña se le hacía irresistible.
A finales de noviembre de 1946, tras un largo periodo sin tener noticias de su mujer y su hija, anota en su diario:
En este instante ha pasado un tranvía por la calle y ahora hay tanto silencio en mi habitación, que puedo oír como cae la lluvia sobre la acera. Las ventanas están abiertas de par en par, corre el aire frío de la noche.
Ansío el aire y el silencio. Lo ansío en esta interminable soledad. Mi dolor ya no es un triste poema de felicidad ahogada, sino el drama de una vida que se apaga como la llama de las antorchas arrojadas en medio de la noche al mar.
La penumbra que llevo en el alma desde que nací, desde los primeros pasos de mi vida, me ha envuelto en un velo fúnebre. Todavía hay en mis ojos, con el deseo de ver a mi hija, sol y claridad, pero la lucha con esa penumbra está acabada. He sido vencido. Desfallecido e inerme, gimo bajo el destino que ha descendido sobre mi como una piedra. Oh si! llevo sobre mi una montaña y he desaparecido bajo ella, aplastado.
Pasan los momentos, las horas, los días; pasan las semanas y… los años. Una generación se gasta y desaparece. Se mueren las esperanzas, los entusiasmos y los sueños. Y – qué extraño es esto – el futuro está muerto antes de nacer, mientras que el pasado vive, inalcanzable y mudo.
A lo lejos oigo otra vez el tranvía… Hasta las noches están aquí llenas de estruendo, desprovistas de intimidad y de deseos de belleza.
Tengo frío. Estoy temblando. El aire entra a chorros helados en esta noche de noviembre. Cae la lluvia.
Ahora un niño, en algún piso de abajo, se ha puesto a llorar. Es un llanto sin dolor, mientras yo me debato en el sufrimiento que me parte las entrañas.
Esto se prolongará unos minutos: La sensación de que existe alguien más. Y después habrá un corto silencio y me quedaré solo. La noche y yo.
Estoy hambriento. Ya hace más de 36 horas que no he comido nada. Tengo frío y mi alma no está tranquila.
Siento mucho, amor mío, que nos separe un espacio tan amplio e insalvable. La tragedia de la vida ha exprimido nuestros corazones para sacar el el zumo de nuestra esperanza y nuestra juventud, y embriagarse con su sangre.
Oigo como golpetea la lluvia en la acera. El niño se ha callado. El tranvía ha llegado a su destino. Me he quedado solo: La noche y yo.