Las calles de Roma en la posguerra no eran un lugar seguro para los miles de refugiados que pululaban por ellas. Luka Brajnović se tuvo que enfrentar a trampas y redadas.
El 27 de marzo de 1947 había ido a cenar a un comedor de caridad donde solían juntarse refugiados, cuando oyó la siguiente conversación a su espalda:
– Devuélvame por favor mi documentación…
– Yo a usted no le doy nada. A mí lo único que me importa es que usted es eslavo.
– Entonces muéstreme su placa, para saber con quién estoy tratando.
– Eso a usted no le importa.
Miró alrededor y vio que estaba rodeado de agentes y, aunque tenía todos los papeles en regla y no había ningún cargo contra él, ante el tono de la contestación que le habían dado al hombre que estaba a su lado, decidió irse rápidamente a su casa. Pero los agentes, que resultaron ser de la Policía Militar Británica, rodearon la zona toda la noche. Así que, para esquivarlos, Luka se tuvo que meter en una iglesia, donde ellos no podían entrar, buscando refugio sagrado. Esa noche muchos fueron interrogados y unos 20 detenidos.
“Ahora – escribe – tengo miedo de que vengan a por mi a casa porque están arrestando a la gente por los pisos».
“He visto tres tanques y unas 20 motocicletas con el emblema de la Policía Militar rondando por ahí. Tengo la impresión de que son ellos los que han organizado toda esta caza.”
“Qué es esto y por qué , nadie lo sabe. Pero una cosa es cierta: ahora es aún más segura la inseguridad. “
Dos días más tarde continuaba la redada:
“La Policía Militar Inglesa todavía captura alrededor a los emigrantes de Yugoslavia. Yo cada día espero que vengan a buscarme porque – eso he oído – se han interesado por mi.
Quién sabe cómo acabará todo esto. Quizá de una forma tan tonta como ha comenzado…”
Y así fue. Un buen día desaparecieron las motocicletas y los tanques y los refugiados se vieron más libres para salir con cierta tranquilidad.
Situaciones como la que describe se sucedían con frecuencia. Otras veces, Luka se quedaba sin papeles porque le caducaba el permiso de residencia y la policía italiana le ponía pegas para renovarlo. Pero él hacía todo lo posible para mantenerse en la Ciudad Eterna convencido de que desde allí podría hacer posible más fácilmente la salida de su mujer y su hija de Yugoslavia y ver cumplido su único deseo: el de reunirse con ellas.
(En la imagen la iglesia en la que se refugió Luka el día de la redada descrita en su diario).