Desde su habitación de Roma, Luka Brajnović hacía todo lo posible para reunirse con su esposa Ana y su hija Elica, pero no se daba cuenta de que estaba rodeado de espías que dieron al traste con todos sus intentos.
Un día día de octubre de 1946 le abordó un joven en la escalera de su casa
– Siete italiano? Le preguntó
– No – respondió sorprendido.
– ¿Por casualidad, no es usted Brajnović? Preguntó esta vez en croata.
– Si, ¿qué necesita?
– Tengo que entregarle una carta muy importante.
En un instante me pasaron por la mente todas las combinaciones en relación con semejante carta. ¿Quién puede tener conmigo una correspondencia tan confidencial?
– Entonces, a verla, digo esperando obtener la carta.
El joven se mete la mano en el bolsillo, pero me dice:
– No se enfade, pero la carta es tan confidencial que tengo que pedirle que me enseñe su identificación para estar seguro de que se trata de verdad de la persona a la que se la debo entregar.
En ese momento pensé que a lo mejor he encontrado alguna desconocida alma buena y caritativa que me manda dinero. Quizá el hambre fue la que me inspiró semejante idea.
Le enseñé el documento, que miró sin demasiada atención, me entregó la carta y me advirtió que estaba sellada.
En la hoja de papel ponía lo siguiente:
– ‘Estimado señor: antes de mi partida a Italia, un buen amigo mío de Belgrado, que conoce muy bien a su familia en Boka, me pidió que me reúna con usted y que le informe de cómo vive su familia allí. Yo le busqué hasta que conseguí su dirección exacta en Roma en la Jefatura de Policía Italiana. Si quiere reunirse conmigo, vaya el miércoles (2 X) exactamente a la una a “Scoglio di Trisio” – Via Merulana 256. Me reconocerá fácilmente, porque estaré solo en una mesa leyendo nuestro periódico “Vjesnik”. No diga a nadie nada de esta reunión , ni a sus amigos, porque para mi serÍa peligroso que se supiera que me reúno con emigrantes. S.F.S.N! (Muerte al Fascismo Libertad al Pueblo) – Kerera.’
En un primer momento no sabía qué hacer, más a causa de la sorpresa que por otra cosa. Todo tipo de pensamientos se precipitaban en mi cabeza. Este encuentro podía ser fatal para mi.
A pesar de todo escribí sobre el mismo papel, la respuesta como me pidió el portador:
– Estimado señor: Agradezco la información. Naturalmente que acudiré al lugar convenido como me lo ha indicado. Hasta la vista.
La mano me temblaba mientras escribía. No podía librarme de las dudas que me asaltaban. A lo mejor se trata de una conversación sincera, pero también puede ser una trampa. Pero ¿por qué?
Entregué al joven la carta. Sólo en aquél momento esbozó una sonrisa y se presentó:
– Babić
– Encantado
Entonces me pareció que su sonrisa significaba: ‘misión cumplida’ y eso me inquietó aún más.
Que mañana me acompañe la Virgen en ese camino…”
El 3 de octubre anota:
“Ayer estuve en la reunión con el hombre desconocido ‘de nuestra tierra’, que no tenía nada especial que decirme. Sólo lo que ya se: que mi mujer y mi hija viven y están sanas y se encuentran en Kotor… Me parece que ése no debía ser el objetivo de nuestro encuentro…
Al día siguiente le ocurrió otro episodio extraño.
Después de comer fui a casa. En el primer escalón me apoyé en la barandilla y miré cansado y sin ganas al cuarto piso donde se encuentra mi habitación. Entonces empecé a subir despacio. Unos cuantos escalones por debajo de mi venía un joven. Sus pasos acompasados a los míos. No quise volverme, pero me extrañó que subiera precisamente a donde yo iba. Sin ninguna intención, sino por mi propia distracción, me pasé del cuarto piso y empecé a subir al quinto. La luz de la claraboya me devolvió la atención y me di cuenta de que a pesar de lo cansado que estaba, había subido demasiado. Me di la vuelta para bajar y el joven que iba unos cuantos pasos detrás de mi, se tapó la cara con las manos y lanzó un grito, de tal manera que sentí pavor.
En un instante conseguí verle. Un chico fuerte, elegante, con el pelo negro liso…
– ¿Usted está vivo? Preguntó él con miedo, como si hubiera visto a un fantasma. Luego sonríe enfermizamente y dice rápido y nervioso:
– Discúlpeme, señor.
Yo le devolví una anémica mueca y entré en mi piso.
Luka no comentó más sobre este incidente, pero Ana, que conocía los métodos de los espías y la Udba (Policía secreta yugoslava), encuentra una explicación muy clara.
La Udba necesitaba la dirección de mi marido, pero como no podía conseguirla a través de mi, buscó otros caminos. Los agentes querían averiguar, en un encuentro personal qué peligrosidad tenía para el Estado la persona en cuestión. Se trataba de una trampa. De la entrevista dependía qué medidas se tomarían con el emigrante: hacerle desaparecer, arrestarle o secuestrarle. El joven de la escalera estaba casi seguro de que a mi marido le había tocado el castigo supremo, pero quería comprobarlo.