Me acerqué a los diarios de mi padre, Luka Brajnović, esperando encontrar en ellos el relato de sus aventuras de prisionero, fugitivo y refugiado en unos años convulsos de la historia de Europa. Y lo encontré – en segundo plano -. En primer plano lo que había era una gran carta de amor de doce años de duración: Los doce años que mis padres estuvieron separados a causa de la guerra y el establecimiento del régimen comunista yugoslavo.
Día a día, le contaba a mi madre, su amada, como la llama en sus escritos, lo que le quería y cómo alimentaba su amor. Y cada día lo hacía de una forma diferente, nueva. Había dado instrucciones de que si él moría antes de reunirse con ella, le hicieran llegar esos cuadernos para que supiera cuánto le había querido.
El 13 de enero de 1948, tras casi tres años de separación, Luka celebraba en solitario su cumpleaños en Madrid y redactaba sus notas, solo en su habitación, dándose cuenta de que sus escritos giraban sobre un mismo tema.
Quizá -anota- estos pensamientos que constantemente se me presentan, a alguno -si pudiera leer esto- le parecerán el romanticismo de un hombre sin experiencia. Quizá todas esas palabras mías le provocarán una sonrisa irónica, o incluso burlona. Pero eso no puede cambiar en nada el profundo amor y dolor que experimento y que se acompañan como la mirada de los dos ojos a un mismo objeto. Recibiré con orgullo cualquier calificativo, aunque sea dicho con quien sabe cuánta ironía y burla, si me es dado por mi amor y mi dolor por mi amada.
Algunos le dicen que debería liberarse de su mundo de recuerdos, que vive en el pasado y tiene que afrontar el presente. Él cree no puede vivir sin tener siempre presente a su amada y a su hija, aunque eso le cause dolor y sufrimiento.
Quizá me tendría que liberar de todo lo que contiene el mundo de mis recuerdos de felicidad y mis esperanzas. Quizá debiera partir al camino en el que no hay nada más que la completa paz en la que es posible la exclusiva meditación sobre Dios. En eso he pensado con frecuencia y lo he considerado como una traición. Porque ¿No es cierto que esa paz, esa entrega a Dios puede estar en armonía con mis dolorosos recuerdos y deseos?. Cuando he meditado precisamente en eso, siempre he podido llegar a una única conclusión: que entre esos dos elementos de mi alma y mis deseos hay una armonía llena de belleza, fuerza y contenido.
Explica cómo el amor a su esposa le lleva a Dios y de ahí esa armonía.
Mi camino no es un viaje del que se puede uno apear, sino solo recibir y sobrellevar lo que traiga consigo. En vano son todas las razones aducidas en cualquiera sabe qué apariencia: el amor a mi amada no lo puede reemplazar nada y el cariño a mi hija nada lo puede compensar.
Luka considera el sufrimiento que padece algo que recibe como un don de Dios, sin dejar de poner todos los medios que estén a su alcance para ponerle fin buscando la forma de reunirse con su esposa.
Yo no me enojo ni maldigo ese sufrimiento, afirma.
A los que le dicen que está anclado en el pasado les contesta que su manera de ver las cosas es más «limpia, certera y realista» porque no renuncia a lo que ama.
Aquél tiempo en el que ni atisbaba lo que iba a tener que vivir, en mi existe como presente y como futuro, hasta que no se una con los días de la alegría, la belleza, el amor y la silenciosa felicidad que espero.
Le importa poco el juicio de los demás.
Llevo dentro lo más bello que Dios me ha podido dar en el mundo: la familia.