Luka Brajnović sufrió mucho en su vida, pero los duros acontecimientos que le tocó vivir no le endurecieron su alma de poeta. Quizá porque siempre amó mucho. A las personas y a la naturaleza.
De pequeños tuvimos un canario. Se llamaba Tich. Yo lo recuerdo con mucho cariño porque cuando yo me ponía a tocar el piano él se ponía a cantar con todas sus fuerzas y eso me gustaba mucho. Mi padre le dedicó un poema.
Tenía un canario que murió silencioso
cuando se asomaba su primera primavera
Miré cómo un ser tan pequeño luchaba
con la inmensa muerte
que enmudeció su voz alegre (o triste)
y aplastó como una montaña
su corazón insignificante.
Mi dolor, naturalmente, fue reído
en medio de tantas muertes
en guerras del hambre y en el hambre de guerras,
pero no borró mi tristeza que el tiempo ofende.
Será porque en mi llevo crecida la semilla
de la despedida inevitable,
o porque aquella manchita amarilla
perdía en la jaula todo lo que tenía
perdiendo la vida.
Será, porque me recordaba al despertarme
que la poesía debe ser humilde, pero erguida:
cantar el dolor, la libertad y la alegría
en las vibraciones sinceras y corrientes.