
Mientras estaba en un campo de refugiados en Italia sin libertad de movimientos, mi padre, Luka Brajnović, no dejaba de pensar en mi madre que se había quedado en Zagreb con su hija Elica y hacía planes para regresar.
Lo que sigue es un poema que aparece en su diario escrito en Reggio Emilia en 1945 que he intentado traducir lo mejor que he podido.
Vendré a ti, amada mía, porque debo, debo venir.
Aunque sea silenciosamente, como una sombra – coronado con el beso de la muerte.
Quizá esté tan triste como el dolor de las noches de insomnio,
Pero traeré el amor fielmente, nada lo romperá.
Sí, vendré a ti, querida, porque debo venir.
El rastro del largo sufrimiento cubrirá mis pupilas
Y quién sabe si podrás reconocer mis ojos.
(El regreso a menudo cambia las ilusiones que soñamos
Porque las bellezas de la imaginación siempre se hacen añicos,
Cuando las escondemos durante mucho tiempo al resto del mundo para hacerlas más hermosas.)
Pero mi aliento, cuando te toque con mi boca sedienta,
temblando de felicidad y dolor recién aplastado,
despertará la vida que fue destrozada tan temprano,
y una mirada emocionada, que derramó ya su última lágrima.
Entonces el olor del crepúsculo tardío,
que tan a menudo embriagaba nuestros sueños,
se extenderá sobre nosotros.
El recuerdo se hundirá dolorosamente en el anhelo de un beso apasionado
Y demolerá el imponente edificio pasado de sufrimiento.
La oscuridad caerá sobre todo lo que ha ocurrido desde la despedida,
Silenciosa como la esperanza que nos calentaba el pecho.
En nosotros crecerá con nuevo ímpetu el sol de la vida
Y no huiremos de la felicidad que la gente nos quiere robar.
Oh, vendré a ti, amada mía, porque debo, debo venir,
Al menos silencioso como una sombra, coronado por el beso de la muerte.
Quizá esté tan triste como el dolor de las noches de insomnio
Pero mi amor nada, ni siquiera el tiempo lo romperá.
Sí, vendré a ti, querida, porque debo, sea como sea, debo venir.
Luka Brajnović