
Hace mucho tiempo que no me asomo a este blog. Quiero hacerlo con un texto de don Luka sobre algo que fue una parte muy importante de su vida: la poesía. Se trata del final de un ensayo titulado «Lo cotidiano, la vida y la poesía» que publicó en Nuestro Tiempo en el verano de 1977.
A veces se dice que lo poético es una debilidad y que los hombres recios son los que actúan en las tribunas y en las barricadas. Sin embargo, lo poético es más fuerte que todo lo pasajero. No cesa de renovarse, de precipitarse por las cascadas del tiempo de nuestra vida, de seguir fecundando lo más humano del hombre.
Los acontecimientos de la vida cotidiana son nuestro destino inevitable que nos sitia por todas partes. Existe lo cotidiano, la vida, pero también la poesía. Y todas las poesías del mundo – en nuestra incesante lucha contra lo prosaico, monótono e incoloro de la realidad diaria – son una silenciosa manifestación de nuestra madurez interior.
En ello se encuentra, a su vez el significado más profundo de la poesía, connatural con la existencia del hombre.
Si la realidades el lado flojo de la poesía, la poesía es, sin duda alguna, el lado más opuesto a la vida rutinaria, sin relieve y puramente exterior. Pero como el hombre no vive tan sólo para satisfacer sus necesidades y sus funciones biológicas o sus obligaciones de engranaje en la maquinaria socio-política, la poesía siempre está ante nosotros, en nosotros, entre nosotros, como el tiempo vencido de la vida, como la esencia iluminada de nuestra existencia.
La palabra o el pensamiento poético se quedan encima de nosotros para que -después de todas las tempestades y bonanzas de nuestra vida cotidiana- sean como una luz sobre el rio obstinado, ruidoso y lejano del tiempo.
Las alturas y el subsuelo
Dicho todo esto, cabe preguntarse qué pasa con la poesía que no eleva sino que aplasta a lo cotidiano, a la vida y a sí misma.
Conviene recordar que todo lo humano aspira a liberarse de la superficie en la que se encuentra. Tanto los románticos como los pragmáticos, los revolucionarios como los pacíficos, los bondadosos como los que no lo son, intentan superar la vida bidimensional que los nivela a ras de tierra.
Y para ello hay solo dos posibilidades: o alcanzar las alturas o sepultarse en el subsuelo, quizás queriendo llegar al centro de la Tierra.
Los caminos por los que la poesía -especialmente la moderna y contemporánea- busca su esencia, la llevan al umbral de metas lejanas. Esa poesía ha intentado romper los cercos de las limitaciones y penetrar en lo Absoluto. Ha deseado alcanzar la esencia y el sentido de todo, el secreto de los secretos.
El conocimiento poético, igual que el conocimiento práctico y concreto, se considera en muchos casos como el mejor medio para realizar esta tarea. Los poetas entran en las áreas que durante largas épocas fueron el jardín amurallado de los filósofos y místicos o, por lo menos, de los historiadores con imaginación y cronistas apasionados.
No obstante, la salida de estos caminos es bien diferente. Al lado de los que han encontrado lo que buscaban, existe toda una legión de quienes no llegaron a la meta que dignifica a la persona -entre ellos algunos célebres-.
No encontraron mas que amargura, ira, odio, despecho y destrucción. Algunos penetraron hasta lo absurdo o hasta la indiferencia escéptica; otros se sumergieron en el ateísmo o agnosticismo y otros han entrado en el espantoso vacío y en la Nada muda, en la que -por más muda que sea- no hay silencio sino un permanente y estrepitoso ruido y griterío.
El angustioso sentimiento de un mundo sin Dios, de un mundo abandonado y dejado al dolor desesperante y a la tristeza de vivir, existió desde hace largos siglos y existe ahora en la poesía y en la vida, porque para llegar al centro de la Tierra hay que excavar inútilmente el infierno dantesco, penetrar en la oscuridad y despedirse de toda luz.
¿Cómo podría haber esperanza en medio de tanta oscuridad cada vez más densa, si no se sale de esas tumbas de los vivos?
Por el contrario, los que han encontrado -los que encuentran en la fe, el amor y la esperanza- esta tercera dimensión, la encuentran en las profundidades luminosas de las alturas.
Por eso he hablado de lo poético en la vida cotidiana y de la poesía em sentido de una liberación de las ataduras de un vegetar animalesco, de una degradante y superreaccionaria masificación. Por eso he hablado de lo poético en la vida cotidiana -lleno de múltiples posibilidades de grandes pensamientos y satisfacciones espirituales- que tiene la fuerza de elevar al hombre y de salvarle de una vivencia gris, mecánica y niveladora a ras de tierra, tan contraria a la verdadera dignidad de la persona humana.
Luka Brajnović