Tercera entrega del cuento El Rey de los Niños de Luka Brajnović. En la segunda entrega publicada en este blog, dejamos al protagonista – un niño de unos cuatro años al que sus compañeros de juegos no aceptaban, adentrándose, con su protectora, la joven Visna, en la oscuridad del palacio de su tío, que le aterrorizaba. El cuento está escrito en original en Croata en el libro Cuentos de la Infancia y lo tradujo al castellano el propio autor.
Las oscuras paredes revivían a cada momento en viejos espejos con marcos gruesos y dorados, por los que se deslizaban nuestras sombras como ánimas en alucinaciones de miedo y tenebrosa soledad. Y cuando esas sombras se diluían silenciosamente en la pared, aparecían como en unos ventanucos las pálidas caras y los ojos somnolientos de los retratos de antepasados con miradas rígidas, fijas en la sombra de la muerte.
En esa larga galería en la que todo, menos nuestros pasos, había enmudecido y se había difuminado en el suave olor de la antigüedad y de la húmeda piedra, se deslizaba únicamente la oscuridad y la incertidumbre. Allí vivían los muertos que en tiempos pasados cruzaron ruidosos esos espacios. Desaparecían y emergían de nuevo como destinos diferentes, amargos o felices, a través del tiempo infinito. Allí respiraban todos aquellos que nos miraban desde sus retratos en la oscuridad del corredor: incluso los primeros moradores del palacio que – Dios sabe cuándo – cerraron por primera vez las ventanas, ahora permanentemente oscuras, y se hundían en la tristeza.
La estancia
Por fin penetramos en una estancia tan oscura y silenciosa como todo lo anterior, situada al fondo del pasillo. Yo estaba totalmente invadido de un mudo terror y añoraba la perdida alegría del jardín. Temblaba y me sentía metido en una tumba de la que quería salvarme, pero mis deseos se hundían en el precipicio de mi angustia y se manifestaban en una extraña apatía que me dominaba. Ya no me importaba lo que fuera a ocurrir, demasiado cansado para defenderme, demasiado débil para huir.
Cuando cesó el ruido de nuestros pasos, me pareció como si todo se hubiese detenido en el tiempo: los latidos de nuestros corazones, la vida de los oscuros cuadros y la transfiguración de Visna.
Visna encendió una vela (pero no abrió las ventanas) y se retiró a u rincón al que no llegaba la luz.Yo, mientras tanto, rígido y como hechizado, miraba los antiguos y macizos muebles, los grandes paisajes de los cuadros colgados en las paredes y los candelabros de plata. Todo oscilaba al ritmo de la inquieta llama de la vela que se retorcía y enderezaba como si un tenue soplo procedente de la oscuridad la acariciara.
En amplias vitrinas ante las que me detuve, se hallaban alineadas con gusto viejas armas labradas en plata, diferentes piezas de antiguos ropajes de terciopelo y seda roja y negra, bordados con hilos de oro y encajes acartonados por la acción del polvo y el tiempo.
Los ropajes del rey
Me acerqué a Visna con el deseo de sentir el calor de un ser vivo. Ella estaba sacando de un arcón antiguas prendas de seda y terciopelo parecidas a las de las vitrinas y respiraba como si gozase con el olor que desprendían. Cuando por fin encontró un corpiño rojo con mangas bordado con hilos y cintas de oro, se levantó de súbito, revivieron sus ojos y su cara recobró el color y gritó con alborozo.
-El rey debe ir ataviado de oro- dijo acercando la prenda a mi pecho como para tomar medidas.
Estas palabras sonaron en mis oídos como la llamada encantada de una vida nueva después de haber perdido toda esperanza. Más que eso. Habían devuelto todas mis ilusiones convertidas en un ensueño que hasta entonces ni había acariciado.
A pesar de todo temía pronunciar una sola palabra. Se hizo un nudo en mi garganta y me parecía que si murmurara algo iba a resonar tanto que se derrumbarían mis sueños. Pero cuando Visna recogió de nuevo aquél terciopelo rojo sin ponérmelo, no pude resistir más:
-¡No, no, no! – le suplicaba bañado en lágrimas, deseando que me vistiera pronto con mis nuevos ropajes.
Mas ella se rió:
-Es demasiado grande para ti. Te estrecharé el cuerpo, te cortaré las mangas y mañana serás el rey más guapo del mundo.
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