Quinta y última entrada del cuento de Luka Brajnović El Rey de los Niños, escrito originalmente en croata y traducido por el mismo autor al castellano. Relata las aventuras de un niño al que sus compañeros de juegos, que se reúnen en el jardín del palacio de su misterioso tío, desprecian porque es demasiado pequeño. Pero, como puede leerse en el anterior capítulo, la hija del dueño del caserón, le consigue un disfraz dorado y le proclama rey del jardín, lo cual provoca una pelea encabezada por el líder de los chicos más mayores. En esta entrada el pequeño se ve envuelto en una batalla y realiza un descubrimiento que le cambia manera de ver la vida.
El miedo que me invadió era completamente diferente del que sentía cuando veía a mi tío y pasaba por los corredores de su oscuro palacio. Confiaba de verdad en mis «vasallos» que estaban ansiosos de saldar cuentas con los vecinos, pero me parecía que nadie podía enfrentarse a Beppi.
Mientras preparábamos la defensa, nos sorprendió el sonido de una corneta desde el otro jardín. (era la voz de un niño imitando el toque a batalla, pero a mi me sonó a algo terrible, como si fuera la voz del destino). En nuestro bando todos enmudecieron. Los niños se miraban unos a otros sin hacer nada.
Entonces llegó ante mi el hijo del jardinero que vivía con su padre en la otra ala del palacio, diciéndome con voz solemne:
-¡Permíteme que en tu nombre dirija esta batalla!
Tensión
No contesté. Que dirija la guerra el que quiera, pensaba yo. Miraba la pálida cara del hijo del jardinero y temblaba sobre mi trono como un junco en el agua. (Si hubiera sabido entonces que los reyes suelen emigrar cuando se encuentran en una situación difícil hubiera desaparecido del jardín a pesar del miedo que me daba la idea de irme a esconder a alguna de aquellas oscuras y silenciosas estancias que guardaban los retratos ennegrecidos en las paredes).
-¿Por qué le preguntas, Miguel? ¿No ves que el rey está asustado? – dijo mi propio hermano acentuando con ironía la palabra rey.
Pero Miguel blandió mi sable y uno del grupo sacando la cabeza de su escondrijo contestó al grito de guerra imitando a su vez el toque de la corneta. En ese instante, en la tapia que separaba los dos jardines aparecieron algunas cabezas de niños.
En nuestro jardín nadie se movía. Todos estaban escondidos tras los setos, en el invernadero o o tras los naranjos. Tan solo yo estaba a la vista de todos, rígido en mi trono. Miguel, a mi lado, escondido tras el pilar de la fuente, sostenía con una tranquilidad escalofriante la manguera de riego y esperaba que nos invadieran las fuerzas de Beppi. Pero ellos no se movían de la tapia como presintiendo una trampa. Les extrañaba no ver a nadie en nuestro lado.
El Ataque
-¡Saltad la tapia! -reconocí la voz de Beppi que animaba a los suyos desde el otro lado. – ¡Seguramente huyeron!
Empezaron los silbidos el griterío y los ruidos. Los chicos saltaban la valla como poseídos y luego se acercaban cautelosos hacia el centro del jardín. El último en saltar fue Beppi.
-¡Al asalto! gritó entre furioso y alegre.
Y todo el grupo de chicos salió corriendo hacia el sitio donde estábamos Miguel y yo.
El hijo del jardinero ni pestañeó. Abrió la llave y un fuerte chorro de agua sorprendió al ejército de Beppi. El griterío aumentaba. Los asaltantes caían, huían, gritaban, intentaban esconderse del arma de Miguel y los nuestros detrás de los setos y naranjos reían y se burlaban de ellos.
Beppi estaba en frente de Miguel todo mojado pero sin retroceder un paso.
-¡Cobardes! – gritaba a los suyos – ¡Quitadle la manguera!
Otra vez empezaron las carreras. Vi cómo se acercaba Beppi Algunos de sus chicos salieron del alcance del chorro de agua y empezaron a zurrarse con los nuestros. Trozos de cal endurecida cruzaban el aire como proyectiles se oían los chasquidos de los cristales del invernadero. Alrededor de mí crecía el charco de agua y el alboroto era general en los dos bandos. Beppi había llegado ya hasta el pilar. Entonces Miguel abandonó su poderosa arma y echando a correr hacia la casa gritó:
-¡Huyamos! ¡Nos matarán a pedradas!
Y después aún más fuerte:
-¡Papá, papá!
El Rey Capturado
No tuve fuerzas ni para dar un paso. Las piernas me pesaban de miedo y conmoción. Y antes de que todos los míos se escondieran en la casa, caí en manos de Beppi. Yo forcejeaba con todas mis fuerzas, gritaba, y mordía, pero de nada me sirvió. En torno mío se reunían más y más chicos remojados que me miraban con una expresión salvaje hasta el punto que creí que me querían descuartizar. Por fín rompí a llorar pidiendo ayuda. Pero nadie respondía, ni siquiera mi hermano ni el padre de Miguel.
Entonces Beppi, en silencio, se acercó, me quitó el corpiño dorado, me empujó y caí en el charco lleno de barro., Los otros reían a carcajada limpia, saltaban con regocijo alrededor y se burlaban de mi.
En la puerta de la casa empezó otra vez el griterío pero pronto se apaciguó porque los soldados de Beppi atacaron otra vez con piedras y trozos de cal.
-¡Id a guardar la puerta! – ordenó Beppi a tres chicos que no tenían otra arma que unos palos. Y tu – le dijo al más próximo – coge esta manguera y vuélvela hacia la puerta para darles la bienvenida si intentan otra vez el asalto.
Entonces se volvió a los demás y les preguntó señalándome a mi:
-¿Qué hacemos con este mocoso?
Esa palabra me enfadó tanto que olvidé todo peligro y le dí con todas mis fuerzas un puntapié al tobillo así que Beppi empezó a saltar sobre una pierna y a amenazarme con su venganza.
-¡Llevémoslo con nosotros para procesarle! gritaban unos.
-¡No, no! Dejémosle aquí para que vean quién fue su rey -reían otros.
Mientras, Beppi cogió la manguera que todavía chorreaba y ordenó que me subieran a lo alto del pilar. En un instante me encontré allí arriba, como una cigüeña sobre una chimenea. Temblaba, impotenete para bajar y defenderme. El pilar era pra mi demasiado alto y yo pequeño y débil para defenderme ante tantos niños. Beppi, todaví instisfecho con su venganza, dirigió hacia mí el fuerte chorro de la manguera. Me tambaleé y apenas conseguí mantenerme sobre el pilar.
El Rescate
Las risas eran cada vez más fuertes. Yo no podía emitir ningún sonido. El agua que me anegaba casi no me dejaba respirar.
De improviso se hizo el silencio.
En el umbral apareció mi tío Isidoro con su perro. El lobo ladraba, pero no se apartaba de su amo.
-¡Fuera de aquí, diablos! – gritaba mi tío con voz temblorosa.
Beppi retrocedía como si hubiera visto un fantasma.
Mi tío se acercaba hacia mi con pasos medidos y cabeza erguida, blandiendo por el aire su bastón negro.
-¡Fuera de aquí, diablos! – repetía y se acercaba cada vez más.
Algunos trozos de cal volaron hacia él y se deshicieron contra la perd. entonces el perro lobo se soltó y salió corriendo hacia el primer niño.
-¡Din, Din! – le llamo el tío Isidoro parándose en medio del camino. En su llamada hubo u tono de impotencia y súplica que llegué a pensar que el tío lloraba. Pero Din corría y ladraba por el jardín echando fuera a todos los vasallos de Beppi.
Nos quedamos solos
-estás en el pilar ¿verdad? – preguntó mi tío y se dirigió hacia mi con más rapidez que antes.
-Yo esperaba impacientemente que me salvara. Pero cuando llegó hasta mi «trono», tropezó con el tronco y cayó al charco.
Un niño gritó espantado desde la tapia. El perro ladraba y aullaba y yo empece a gemir
El descubrimiento
El tío se levantó rápido. En los labios se le dibujó una sombra amarga. Entonces vi por primera vez sus ojos profundos que miraban hacia algo lejos detrás de mi, como si vieran a través de la tapia de piedra y aún más lejos, mucho más lejos. Susurraba confuso:
-¿Dónde estás?
-Aquí estoy sobre el pilar -contesté entre gemidos.
Nuevo hasta entonces, un desconocido pensamiento nació en mi cerebro e invadió de tristeza mi pecho
Él se acercó mucho más y palpando la piedra alcanzó mis piernas.
-Malos…- dijo como si quisiera consolarme y una sonrisa extraña y buena iluminó su cara .- ¡Ya les daré yo a ellos!…
Me estrechó tierna y cuidadosamente contra su pecho a pesar de estar empadado.
Le rodeé el cuello con mis brazos y sentí en mi alma algo parecido a la contrición y la compasión al mismo tiempo. Empecé a odiar mi reinado, olvidé el corpiño bordado en oro, porque todas esas alegrías se hudieron en el nuevo amor que surgió en mi al descubrir el secreto de mi tío ciego.
Luka Brajnović